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Anton
Pavlovich Chéjov (1860 –
1904) es uno de los escritores rusos
más admirados y reconocidos. Nació en Ucrania, en la todavía Rusia de los
zares, dentro de una familia modesta. Su abuelo había sido esclavo, y su padre
un modesto tendero lleno de deudas. Tercero de seis hermanos, su infancia fue
infeliz. La disciplina, la religiosidad enfermiza en la que fue educado, sólo
consiguieron que siempre pensara en su familia como una fuente de problemas.
Sin embargo, él, de carácter sencillo y alegre, siempre estuvo alejado de
rencores y ayudó en cuanto pudo a los suyos. Sus primeros escritos
fueron de carácter ligero, en tono humorístico. Colaboró siendo aún muy joven
en diversas publicaciones, con notable éxito. Lo compaginó con sus estudios de
Medicina, que comenzaron en parte por su fuerte compromiso social y en parte
también por su débil salud. Enfermó muy joven de tuberculosis. Sabedor de que
sus recursos no le llegarían para costearse la enfermedad, que además era por
entonces mortal, decidió dedicarse a sus dos grandes pasiones, que fueron curar
a los demás y la literatura. Si al principio había
escrito sobre todo relatos cortos, a partir de 1895 se dedicó más al teatro.
Junto a “La gaviota”, destacan “El tío Vania”, “Las
tres hermanas” y “El jardín de los cerezos”. La novela fue un género en el que
no alcanzó el éxito. En 1901 se casó con Olga Knipper,
a quién había conocido tres años antes y que trabajó como actriz de algunas de
sus obras. La enfermedad a estas alturas ya le impedía disfrutar plenamente del
matrimonio. Murió en Alemania, de un agravamiento de la tuberculosis, y sus
restos yacen en el cementerio Novodevichy de Moscú. “La gaviota” fue
recibida primero con escepticismo, lo que le provocó al autor una enorme
angustia. Posteriormente, cuando fue representada en el Teatro de Arte de
Moscú, se reconoció el valor de esta obra que, traspasando más de un siglo y
miles de kilómetros, nos llega ahora como algo actual, porque, más allá del
ambiente en que transcurren las obras de Chéjov, aldeas
o fincas rusas, escenas cotidianas de un pueblo decadente en medio de la Rusia
de los zares que se abocaba a la revolución, el tema principal, el cogollo de
la cuestión, son los asuntos del alma, aquellos que nos tocan siempre de cerca:
las pasiones, los anhelos, en este caso sobre todo las frustraciones de un
grupo de personas abocadas al error y al pesimismo. Podríamos afirmar que sus
personajes son tan rusos como cercanos. Todos los personajes
de “La gaviota” pueden parecer el protagonista, así están de cuidados y de
definidos. Nina da nombre a la obra, es una muchacha de campo que quiere ser
actriz, y que queda fascinada cuando conoce a Trigorin,
escritor de cierta fama pero ya un poco cansado de todo. En realidad ella tiene
un sueño muy material, que es ser famosa y reconocida. En cambio Trigorin no ve las ventajas por ningún lado, vive siempre
agobiado con el próximo libro, y se siente mediocre. Trigorin
es el compañero de Arkadina, célebre y ya madura
actriz, que simboliza la frivolidad y el materialismo. Trigorin,
que tiene poca voluntad, queda seducido por la juventud de Nina. Pero el
argumento no se queda ahí, ya que el hijo de Arkadina,
Treplev, está perdidamente enamorado de Nina, con lo
cual cerramos el cuadrado. Treplev quiere instaurar
nuevas formas en el teatro, dotarle de un nuevo estilo, pero al final se da
cuenta del error que comete. Consigue ser escritor, pero no triunfa. Y Nina
consigue ser actriz, pero tampoco le va bien. Ella utiliza como sobrenombre “la
gaviota”, porque Treplev, en un momento de despecho
ante el desprecio de ella, que no comprende sus escritos, le tira una gaviota
muerta a los pies. No son los únicos
personajes. Sorin, hermano de Arkadina,
es un hombre ya mayor y enfermo, y siempre está triste pensando en lo poco que
ha disfrutado de la vida. Masha, hija del
administrador de Sorín, ama a Treplev,
pero para olvidarle se casa con un pobre hombre. Por supuesto, no lo consigue… Me gustaría destacar
que durante este trimestre he visto representada “La gaviota” en Madrid, en el
teatro Guindalera, y fue una gran experiencia para mí conocer esta pequeña,
íntima sala, donde incluso se puede hablar con los actores al finalizar la
representación, mientras se saborea un licor. Modestamente creo que el director,
Juan Pastor, y los actores reflejan de manera brillante lo que el autor debió
proponerse mientras escribía. Para concluir, creo
que, sin llegar al “realismo extremista” de Tolstoi o
Dostoievski, Chéjov supo,
sin excesos, con un vocabulario sencillo, alejado de pretensiones, pero con
mucha sensibilidad, que su obra se encuentre también en la cima de la
literatura rusa, y que su teatro siga representándose en todo el mundo. |
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