El cuerdo
Luciano Ribero


            Porque hace tiempo que su esposa no tenía hematomas y no se oían los llantos en el vecindario, aquel diagnosticado enloquecimiento parecía irse de a poco. Basta ya de alucinaciones y maltratos.

            Completó las páginas del diario que ella le había regalado, escribiendo uno a uno los consejos del psicólogo y notas de arrepentimiento acompañadas por poemas, con claras intenciones de rectificarse.

            Subió a la habitación con el librillo para comenzar de nuevo y olvidar el pasado, pero palideció al ver lo sucedido: el cadáver de su amada yacía en la cama. Desesperó, porque ocurrió nuevamente. Abrió el diario y entre sollozos observó las hojas en blanco, manchadas sólo por sus delatoras manos teñidas de rojo.

 
  

©Luciano Ribero