Papá
Marta Vaquero



Saco la mano por la ventanilla de mi vida. Siento el viento en mi mano, el viento la transporta a tu cara, te toco la cara. Estás ahí, te siento, inhalo tu aroma, oigo tu paz, me hablas a través del aire y hace sol.

 

Mi mano se dobla por que el ímpetu del viento no me deja enderezarla y así me siento yo.

 

Cierro los ojos y viajo desde este coche, hacia delante pero despacio. Este camino me distancia cada vez más de ti y sin embargo cada vez te siento más cerca.

 

Miro por la ventanilla. Cada árbol, cada prado, cada pájaro y cada rayo de sol eres tú... pero no estás... no te veo, sólo te siento.

 

Mi amigo, mi alma, mi consejero, mi serenidad, mi autenticidad, mi amor, no te veo y sin embargo siempre eres. Déjame verte una vez más. Libérame de este abandono, escúchame.

 

Ahora me bajo del coche en medio de la nada y miro al horizonte. Te busco en él pero no estás.

 

Te necesito, añoro tu voz, la melodía inteligente de tus palabras, tu amor incondicional, tus tardes de diálogo.

 

Me miro la mano, la que te ha rozado con el viento y veo la tuya.

Miro al suelo y veo las flores que fotografiabas.

Observo mi rostro en el retrovisor de este coche que es la propia vida y logro vislumbrarte... Pero no estás.

 

Cuánto hace ya, no lo sé. Cuánto falta, la eternidad.

 

No puede ser, no quiero que pueda ser, no quiero querer que pueda ser. No.

 

Ahí, de pie, en medio de la nada y con el viento en mi cara vuelvo a cerrar los ojos y te veo besándome, acariciándome la cara y tranquilizando mi tristeza. Te oigo susurrarme al oído que es así y que así debe ser. Que siempre estarás, que siempre serás, que jamás te irás y que cada día me protegerás.