Sueño eterno por amor
Edgar Tarazona Angel


Mi amigo Cándido, este su verdadero nombre, un enamorado del amor. Cada vez que encontraba una pareja, que no era muy frecuente, decidía que esa sí era la mujer de su vida y se entregaba, como se dice, en cuerpo y alma hasta que, aburrida la mujer de turno de tanta entrega y zalamería lo despachaba sin contemplaciones.

Esta historia se repetía una y otra vez y él sufría unos días o semanas hasta que encontraba, nuevamente, la mujer perfecta de sus ilusiones. No hay mal que dure cien años y donde menos se piensa el demonio del amor aparece.

A su lugar de trabajo llegó una nueva secretaria y Cándido quedó flechado desde que la vio entrar con su carita de niña y cuerpo de demonia. Él tenía un alto cargo en la pequeña empresa y el presidente de esta le asignó como asistente a la recién llegada. Casi le da un paro cardiaco y por poco no recupera el habla cuando de la presentó su superior.

Lo que se ha de complicar se complica y esta vez no podía ser diferente; la chica con cara de yo no fui coqueteaba con disimulo con varios empleados, pero en especial con su jefe inmediato. La atracción, aparentemente mutua se formalizó y los dos empezaron un romance disimulado que no pasó desapercibido para nadie. Lo que todos ignoraban era que el hombre, pobre hombre, ya no tenía vida causa de los celos y el coqueteo de la chica.

Él entró en una tremenda depresión bipolar y fue necesario internarlo en una clínica psiquiátrica a donde ella fue la primera semana y luego… nada. Con el paso de las semanas fue dado de alta y al regreso al trabajo descubrió el escritorio de su amada ocupado por otra mujer vieja y fea.

Para los que no lo saben la droga psiquiátrica es un medicamento controlado y esto significa que cada mes el terapeuta da una receta por treinta píldoras, ni una más, y cada mes se repite la dosis. Mi amigo en silencio se consumía en ansiedad por ver a su amada ausente pero nadie sabía de su paradero.

Un sábado compró una botella de un whisky 12 años y se encerró en su apartamento. El lunes no asistió al trabajo y tampoco el martes. Como era un empleado cumplidor se preocuparon y fueron a su apartamento a buscarlo. Lo encontraron acostado boca arriba, con una sonrisa enamorada, la foto de su amada en sus manos, la botella de licor casi vacía y la cajita de las treinta píldoras, que reclamó el sábado, vacía.