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Siempre los frutos del huerto ajeno son más
deliciosos que los propios, nos decía mi madre y era cierto. Lo recuerdo ahora,
tantos años después cuando regreso a mis años infantiles en el barrio de mi
infancia y vivíamos en un barrio de las afueras de Facatativá en casas con grandes
solares donde teníamos árboles frutales de diferentes clases como duraznos,
peras, manzanas y matas de uchuvas y otras.
El asunto es que en una de las casas
vecinas un señor mayor (en esa época nos parecía un viejito) tenía de los
mismos árboles y la muchachada estaba pendiente de que las flores se
convirtieran en frutos para planear el robo; si, así como suena, nos encantaba
robar frutas al viejito, de la misma manera nos metíamos en huertos ajenos a
hurtar zanahorias, remolachas y rábanos, no importaba que en algunas de
nuestras viviendas los cultivaran, para nosotros robar tenía su encanto, pero
volvamos al huerto de don Manuel, que era el nombre del vecino.
Su casa tenía un lote vacío al lado derecho
y el solar estaba “protegido” por latas de zinc; nosotros cargábamos esa arma
que ya no se usa llamada cauchera, flecha o resortera, esa que se armaba en una
horqueta con dos tiras de caucho fuerte y una badana donde se colocaba la
piedra. El asunto es que un grupo daba la vuelta a la manzana y se colocaba
detrás de la casa de Manuel, los demás agarrábamos a piedra las latas y cuando
salía el pobre hombre a perseguirnos lleno de rabia, los otros se metían a la
huerta y cogían toda la fruta que podían y la botaban sobre las latas; cuando
todo se calmaba las recogíamos y comíamos muertos de la risa, aunque la fruta
estuviera verde y la de nuestras casas madura y deliciosa.
Así es la vida en la realidad, siempre
deseamos lo ajeno, sino que lo digan muchas personas, sobre todo los políticos
y muchos de sus cómplices. En todo tiempo los productos del huerto del vecino
son mas apetitosos que los
del propio… y ni se diga de las mujeres ajenas, nada más escuchen la música
actual.
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