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Una
noche, solo en la casa, sin saber qué hacer, me dediqué con el control a pasar
uno por uno todos los canales que tengo programados en la TV y, de pronto, me
encontré un programa llamado ACUMULADORES COMPULSIVOS; el título me pareció
interesante y desde entonces, cada vez que me acuerdo veo el programa porque en
mayor o menor grado nos refleja a muchos colombianos, y por qué no, a muchos
latinos.
Cada
capítulo muestra una persona que guarda hasta bacinillas con su contenido
fosilizado porque le recuerdan a un ser querido y el plato con los restos de su
último almuerzo, ropa cochina, cuartos en el estado que quedaron suspendidos en
el tiempo al fallecer esa persona y muchas cosas más. Pero, también trastos
viejos, aparatos dañados, mesas cojas, ropa vieja que ya nadie usará, etc.
Me
ubiqué en Colombia, mi hermoso y querido país y sacando c cuentas mentales, de
acuerdo con mis experiencias personales y mis testimonios visuales tuve que
admitir que en un 80%, por lo menos, somos acumuladores, si no compulsivos si
nos acercamos a esa categoría; claro que conozco varios enfermos por guardar
chécheres viejos o rebujos en cantidades que escapan de lo normal. Es más, en
las casas grandes de los pueblos y ciudades existía el cuarto de san Alejo,
llamado también de los CHÉCHERES, donde se acumulaban objetos de recuerdo o
porque, tal vez, se podrían necesitar en un futuro cercano, necesidad que nunca
llegó.
Las
azoteas son sitios privilegiados para acumular artículos y cosas inútiles, en
algunas partes, cuando uno puede estar a un nivel más alto, puede observar
triciclos y bicicletas dañados, camas desbaratadas, colchones, llantas de carro
(sabiendo que esa familia no posee automotor), sillas de ruedas y, para
completar el paisaje arena de construcciones o remodelaciones que se va por las
cañerías en cada aguacero, ladrillos, bloques, baldosas y tablas de diferentes
tamaños. Invito a mis lectores a que observen las azoteas de su municipio para
que comprueben si digo mentiras. Solamente en Medellín y alrededores no
encontré acumulación en las azoteas… para eso tienen un cuarto que llaman EL
CUARTO ÚTIL, lleno de trebejos inútiles.
Uno
descubre la cantidad de objetos que ya no sirven en el momento de realizar un
trasteo. Ropa que lleva años sin usar, zapatos, cobijas, tendidos de cama,
juguetes de los hijos que ya son adultos y profesionales, periódicos y
revistas, recibos y facturas que ya nada tienen que ver, gafas rotas, frascos y
botellas raras que nunca se ubicaron en un lugar para que se vieran, maletines
y maletas con cremalleras dañadas que se guardaron pensando en arreglarlos,
marcos rotos de cuadros. Fotografías de recuerdos con personas que no
recordamos quienes son… etc.
Cuando
no tenemos carro pero nuestra casa tiene garaje, este es otro recinto apropiado
para guardar trastos inútiles, como todos los que ya enumeré más repuestos del
auto que alguna vez tuvimos, herramientas oxidadas, balones desinflados, tarros
con restos de pintura que ya está seca y no sirve para nada, botellas de
disolvente, envases de limpiadores, detergentes, brilladores, aromatizantes,
espejos rotos, trampas para ratón, jaulas de hámster del niño que ya es
veterinario y juegos de mesa, la mesa de ping pon incluida, doblada y recostada
contra una pared.
Tal
vez algún lector pertenezca a esa clase de personas que tienen lo estrictamente
necesario, que los hay los hay, pero en general noto un extraño placer en
acumular chécheres o trastos inútiles o rebujos o como quieran llamarlos. Llevo
tres trasteos en los últimos 15 años y, cada vez que lo hago, debo sacar a la
basura o regalar una gran cantidad de objetos que son inútiles para mí pero veo
que los recoge otro acumulador, no sé si compulsivo.
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