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A mi pueblo, el de siempre, el de todas
estas historias poco bíblicas, un domingo, día de mercado, se bajó del bus del
mediodía una morena de ojos verdes que atrajo la mirada de todos los hombres
que la vieron; bastantes para ser sincero porque el paradero de los buses era
un sitio concurrido por los viajeros y, los días de mercado siempre se
amontonaban muchos pasajeros esperando su correspondiente carro para viajar.
Por otra parte, el paradero quedaba sobre
un costado del parque principal, que al mismo tiempo era plaza de mercado. Me
da risa al escribir esto de parque principal si en este pueblo solo había uno.
Alrededor de la plaza se encontraban los almacenes de víveres y expendios de
licores y cerveza, de manera que la morena tuvo muchos espectadores, además,
para completar el cuadro, la bendita era muy hermosa. Además de sus ojos que
hacían brillar su bello rostro tenía un cuerpo espectacular.
Preguntó al primero que se le cruzó donde
quedaba la casa de Juancho Fernández, el único costeño que habitaba en el
pueblo, por su acento se reconoció que también era oriunda de la costa y claro,
cuatro o cinco se ofrecieron a llevarla. Allí se supo que eta chica y Juancho
eran primos y llevaban años sin encontrarse. En los días siguientes la chica se
hizo conocer de todo el mundo entablando amistades con hombres y mujeres sin
distingos de clase social.
Quiero aclarar que en Colombia a los
nativos de Santa Marta se les dice Samarios y, como los dos primos venían de
esa ciudad pues eran samarios. Esto vale como aclaración porque en pocos meses
la mujer recibió el apelativo de Samaritana, como la mujer de la Biblia que le
da agua a Jesús. El asunto es que esta no daba agua sino otra cosa.
Nunca se supo quién fue el primero de
obtener los favores de la Samaritana, que por nombre llevaba el de Sonia, lo
cierto es que, con muy pocas excepciones, todos los hombres de mi pueblo se
acostaron con ella y regaron el cuento de que era el mejor polvo del mundo. A
mí no me tocó probar este manjar porque era un niño; pero cuando acabó con los
hombres siguió con las mujeres, en una época en que todavía nada de hablar de
salir del closet. Y para nada era disimulada, seducía con su andar y su mirada
invitaba a tener relaciones. Y en un pueblo donde todo se sabía pronto corrió
la bola que algunas mujeres también sucumbieron a sus encantos.
Pero no hay nada que dure cien años y
cuando el nuevo cura se enteró de que en su parroquia había una Samaritana
caritativa quiso saber el motivo de esa denominación y al enterarse de la
verdad la hizo sacar a piedra por las mujeres “decentes”. |
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