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Cada
año en las mismas fechas se aparecía en Chipaque un
circo pequeño, patrocinado por cervecería Bavaria, que se instalaba por lo
general en lo que era el campo de deportes. En especial para los niños era lo
máximo porque las distracciones infantiles en esos años para los infantes casi
que no existían y nosotros, a punta de imaginación, nos distraíamos inventando
juegos, imitando las hazañas de los vaqueros del cine o los espadachines de los
tres mosqueteros, claro que, también las carreras de carros y otros
entretenimientos de los que les contaré en otra ocasión.
Al
comprar la boleta a las personas mayores les daban una cerveza Costeñita y a
los niños una Pony Malta. Por eso a dicho circo algunos le decían circo
Costeñita, o circo Bavaria o Pony Malta; a pesar de lo pequeño, tenía una buena
carpa y los pocos artistas estaban bien trajeados y con elementos nuevos,
además tenían su propia planta eléctrica y hasta músicos para los entre actos.
Lo que más nos atraía a los chicos eran los trapecistas y los payasos, claro
que nos admiraba el mago con sus trucos y su poder de adivinación, eso
pensábamos. Los señores iban por ver a las mujeres acróbatas en traje de baño
mostrando las piernas pero en fin era una buena diversión de cada año.
De
vez en cuando se aparecían por Chipaque circos
pobres, muy diferentes al circo de Bavaria, con carpas remendadas y pocos
artistas que hacían hasta lo imposible para ganarse la vida, lo cierto es que
nos divertíamos con los dos payasos de siempre que contaban los mismos chistes,
los malabares de un acróbata que se cambiaba rápido y se convertía en
trapecista. Uno de los payasos también era el mago y el otro el traga
fuego.
Para
los mayores el mayor atractivo del circo era una muchacha en traje de baño con
lentejuelas que hacía acrobacias en el piso y luego en el trapecio, era la
misma de la taquilla que vendía las boletas para ingresar a la carpa y cuando
entraba el último espectador entraba presurosa a cambiarse; ahora
como adulto saco la conclusión de que no era la habilidad de la mujer la que
arrancaba los aplausos de los señores sino que en Chipaque
nunca se veían señoras en traje de baño mostrando piernas y la chica, además de
joven era bastante atractiva y coqueta y sus sonrisas al público muchos señores
las tomaban como si fueran para cada uno de ellos.
No
recuerdo que alguno de los circos llevara animales amaestrados, pero si
recuerdo un perro callejero que se metió en una función persiguiendo a un gato;
el felino se escapó pero el perro se quedó en medio de la pista dando vueltas
sobre si mismo tratando de morderse la cola ante las
carcajadas de todos.
Para
resumir, les cuento que como el pueblo era pequeño, el espectáculo no
justificaba permanecer más de cuatro o cinco días porque nadie entraba más de
tres veces a ver lo mismo. Salvo unos pocos señores atraídos por las miradas de
la contorsionista y sus piernas al aire. Los niños quedábamos motivados para
montar nuestro propio circo y esto ocasionó más de un problema. En la casa de
mis padres, en la parte de atrás, existía una enramada donde montábamos una
especie de circo y allí se presentaron muchos golpes, sobre todo por las
maromas en el trapecio que produjeron más de un porrazo, lastimaduras, tronchaduras, lágrimas y sangre.
Por
mi parte conservo una cicatriz en la cabeza porque calculamos mal el bamboleo
del trapecio y purrundún contra una pared. Algunas
niñas también participaron de este circo infantil y, por supuesto, recibieron
golpes y sufrieron lastimaduras practicando acrobacias. A medida que aumentaron
los lesionados los padres se pusieron en guardia y nos curaron definitivamente
la fiebre de artistas de circo a punta de correazos. |
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