El circo del pasado en Chipaque
Edgar Tarazona Angel


Cada año en las mismas fechas se aparecía en Chipaque un circo pequeño, patrocinado por cervecería Bavaria, que se instalaba por lo general en lo que era el campo de deportes. En especial para los niños era lo máximo porque las distracciones infantiles en esos años para los infantes casi que no existían y nosotros, a punta de imaginación, nos distraíamos inventando juegos, imitando las hazañas de los vaqueros del cine o los espadachines de los tres mosqueteros, claro que, también las carreras de carros y otros entretenimientos de los que les contaré en otra ocasión. 

 

Al comprar la boleta a las personas mayores les daban una cerveza Costeñita y a los niños una Pony Malta. Por eso a dicho circo algunos le decían circo Costeñita, o circo Bavaria o Pony Malta; a pesar de lo pequeño, tenía una buena carpa y los pocos artistas estaban bien trajeados y con elementos nuevos, además tenían su propia planta eléctrica y hasta músicos para los entre actos. Lo que más nos atraía a los chicos eran los trapecistas y los payasos, claro que nos admiraba el mago con sus trucos y su poder de adivinación, eso pensábamos. Los señores iban por ver a las mujeres acróbatas en traje de baño mostrando las piernas pero en fin era una buena diversión de cada año. 

De vez en cuando se aparecían por Chipaque circos pobres, muy diferentes al circo de Bavaria, con carpas remendadas y pocos artistas que hacían hasta lo imposible para ganarse la vida, lo cierto es que nos divertíamos con los dos payasos de siempre que contaban los mismos chistes, los malabares de un acróbata que se cambiaba rápido y se convertía en trapecista. Uno de los payasos también era el mago y el otro el traga fuego. 

Para los mayores el mayor atractivo del circo era una muchacha en traje de baño con lentejuelas que hacía acrobacias en el piso y luego en el trapecio, era la misma de la taquilla que vendía las boletas para ingresar a la carpa y cuando entraba el último espectador entraba presurosa a cambiarse;  ahora como adulto saco la conclusión de que no era la habilidad de la mujer la que arrancaba los aplausos de los señores sino que en Chipaque nunca se veían señoras en traje de baño mostrando piernas y la chica, además de joven era bastante atractiva y coqueta y sus sonrisas al público muchos señores las tomaban como si fueran para cada uno de ellos. 

No recuerdo que alguno de los circos llevara animales amaestrados, pero si recuerdo un perro callejero que se metió en una función persiguiendo a un gato; el felino se escapó pero el perro se quedó en medio de la pista dando vueltas sobre si mismo tratando de morderse la cola ante las carcajadas de todos. 

 

Para resumir, les cuento que como el pueblo era pequeño, el espectáculo no justificaba permanecer más de cuatro o cinco días porque nadie entraba más de tres veces a ver lo mismo. Salvo unos pocos señores atraídos por las miradas de la contorsionista y sus piernas al aire. Los niños quedábamos motivados para montar nuestro propio circo y esto ocasionó más de un problema. En la casa de mis padres, en la parte de atrás, existía una enramada donde montábamos una especie de circo y allí se presentaron muchos golpes, sobre todo por las maromas en el trapecio que produjeron más de un porrazo, lastimaduras, tronchaduras, lágrimas y sangre.  

Por mi parte conservo una cicatriz en la cabeza porque calculamos mal el bamboleo del trapecio y purrundún contra una pared. Algunas niñas también participaron de este circo infantil y, por supuesto, recibieron golpes y sufrieron lastimaduras practicando acrobacias. A medida que aumentaron los lesionados los padres se pusieron en guardia y nos curaron definitivamente la fiebre de artistas de circo a punta de correazos.