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Desde que su esposa empezó a tener
problemas cardiovasculares el amante esposo buscó soluciones por todos los
medios; acudió a los especialistas, la llevó a clínicas especializadas, compró
los medicamentos y recurrió también a la medicina alternativa y natural. Pero
nada, la señora empeoraba y la tensión arterial cada vez se subía más y los
dolores en el pecho se presentaban con mayor frecuencia.
Su mujer no se quejaba, lloraba en silencio
y aceptaba con resignación sus padecimientos, sólo esperaba un paro cardiaco
fulminante para el eterno descanso.
Su esposo escuchó por ahí en alguna parte
el refrán que dice: “ojos que no ven, corazón que no siente”, y lo tomó al pie
de la letra. Pensó que esa podía ser la solución a la tortura permanente de su
querida consorte y en un momento de inspiración le sacó los ojos.
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