|
|
La
literatura emplea todos los medios de los que dispone el lenguaje para
embellecer su discurso y la adjetivación es el método más empleado para lograr
sus fines; sin embargo, un abuso puede provocar el efecto contrario. Las
especiales características del adjetivo nos explican porqué. Ni los
gramáticos griegos ni los latinos consideraron al adjetivo como una categoría
independiente. En general, unos lo incluían dentro de la categoría verbal y
otros dentro de la nominal. La más interesante es la que lo consideraba en la
categoría verbal dentro de las predicaciones del verbo (Gramática de
Platón). Esta concepción se basaba en consideraciones de tipo sintáctico y
formal y es lo que conocemos como predicado nominal. La
consideración del adjetivo como categoría independiente se da en la Edad Media
con los Modistas que ya tratan al adjetivo con un modo de significación
distinto del sustantivo, el único con categoría nominal (este concepto lo
comparten con los estoicos griegos) aquí influyen las características de tipo
morfológico o flexivo. A partir de esta consideración, se estudiará al adjetivo
como categoría propia. Desde
el punto de vista semántico, el adjetivo puede diferenciarse del sustantivo
porque éste “considera” los objetos, es decir “piensa” los objetos con
existencia independiente, mientras que cuando el hablante considera los objetos
con dependencia del significado de otra categoría, los expresa desde el
adjetivo. Esta
consideración semántica es la que considera Guillaume: El proceso de
adjetivación es un proceso de tipo general, que se acerca al universal
semántico, va más allá de la generalización. En este sentido distingue entre
incidencia interna e incidencia externa: el sustantivo goza de incidencia
interna mientras que el adjetivo posee incidencia externa (es decir, necesita
para significar la presencia del sustantivo). Según este criterio, también el
verbo posee incidencia externa, y sin embargo en el verbo aparece un criterio
de tipo temporal, se hace una alusión al tiempo, cosa que no ocurre ni en el
sustantivo ni en el adjetivo. Otra
definición de tipo semántico es la que dan Amado Alonso y Henríquez Ureña:
indican que al sustantivo corresponden conceptos independientes, mientras que
al adjetivo y al verbo corresponden conceptos dependientes. Desde
el punto de vista formal, el adjetivo comparte con el sustantivo los formantes
constitutivos (género y número) y facultativos (prefijos, sufijos...). La
principal diferencia entre éstos, se da en el proceso de concordancia al
depender el adjetivo del sustantivo y en el hecho de que el adjetivo admite
grados (superlativo, comparativo...). El
grado es la principal característica del adjetivo y lo que distingue la simple
enunciación de la cualidad frente a enunciaciones de tipo comparativo o
valorativo. En el caso de la literatura, se trata de expresar valoraciones con
interés peyorativo o de exaltación de características... Formalmente,
los comparativos de superioridad de tipo sintáctico que se emplean son: más
que; de igualdad tan + adj. + como, igual de + adj. + que, lo mismo de + adj. +
que; inferioridad menos + adj. + que. El
empleo de estas formas con intención literaria demuestra un conocimiento de la
lengua poética tan pobre como un chiste de Chiquito. Procedimientos
de grado de tipo morfológico son: los sufijos del superlativo absoluto -ísimo
-érrimo (forma culta) y si añadimos connotaciones de tipo enfático, los
prefijos archi- super- re- requete- que añaden matices sociales: supermolón,
archifamoso, remalo, requetemalo; formas que también debemos desechar a no ser
que las empleemos con la semiótica que implican... Restos de formaciones
latinas que van despareciendo son -ior, -ius. No
todos los adjetivos admiten grados, hay algunos que indican cualidades o
características que no se pueden calificar: eléctrico =/ más eléctrico, muerto
=/ menos muerto, casos que poéticamente sólo se admiten si poseen significación
literaria no errónea: tan muerto como un gusano??? Un muerto muy muerto (ironía
enfática). La
gramática tradicional ha clasificado los adjetivos como calificativos y
determinativos, y los define funcionalmente por cómo inciden o modifican al
sustantivo. Los
adjetivos calificativos designan cualidades, en general son los que aportan un
contenido semántico nuevo, mientras que los determinativos designan relaciones,
sitúan al sustantivo al que acompañan con respecto de una serie de referencias
lingüísticas (de espacio, tiempo y persona); su significación es relativa y
ocasional. El epíteto, sin embargo, al tratarse de una repetición, está dentro
de la zona de las atribuciones del sustantivo, por eso se le considera más
calificativo que determinativo. El epíteto (Moreu de la Cruz) es una palabra,
no necesariamente un adjetivo, pero que toma su función, y que se une al
sustantivo no para determinarlo sino para ampliar su significado. El uso
de epítetos en la literatura ha de ser mesurado: el abuso de determinadas
formas puede provocar el efecto contrario al buscado: Él era un clérigo cerbatana,
largo sólo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo (Quevedo). Otra
categoría de adjetivos que habría que considerar son los relacionantes, que se
caracterizan por servir de puente entre dos oraciones -referente y antecedente-
y que se sitúan entre la oración principal y la que hace de subordinado. En
este tipo incluimos los relativos, interrogativos y exclamativos, pero no vamos
a centrarnos en éstos porque su uso en literatura, como en la sintaxis, es
estrictamente necesario. La
posición del adjetivo es otro tema a discutir en la literatura. En principio,
la gramática tradicional indica que la posición del adjetivo indica ya de por
sí matices de significado. En estas variaciones de colocación influyen valores
de tipo histórico, morfosintácticos, rítmicos y semánticos. El
adjetivo antepuesto al sustantivo es de tipo explicativo, insiste en una de las
cualidades del sustantivo, precisando y concretando su significado: refrescante
bebida (de las muchas cualidades que posee esa bebida -dulce, cítrica, de
determinado color...- se hace referencia sólo a una de ellas). Así, el adjetivo
antepuesto matiza una de las características -de las muchas que posee un
nombre- mientras que si está pospuesto esta característica no es esencial sino
“accidental”: bebida refrescante (Bello-Salvà). Este aspecto en literatura es
esencial, ya que implica, con el cambio de orden del adjetivo, toda una serie
de matices: Ese vago clamor que rasga el
viento Otros
autores dicen que en el español hay un orden lógico según el cual el
complementado precede al complemento: sustantivo + adjetivo, y toda alteración
de ese orden se percibe como una desviación de tipo estilístico “La humana
naturaleza”. Desde el punto de vista psicológico Hansseny Lenz indica que el
adjetivo antepuesto indica un carácter subjetivo, ya sea moral o estético, y el
pospuesto un carácter objetivo de tipo lógico: un gran emperador; un hombre
grande. Esto explica el que determinados adjetivos antepuestos varíen
completamente el significado de una palabra; son muy populares los juegos de
palabras: No es lo mismo un pobre hombre que un hombre pobre. La
principal diferencia formal entre sustantivo y adjetivo es que éste no admite
artículo y sí admite grado. Esta
diferencia formal hace que en la mente del hablante-lector se identifiquen como
características esenciales todo lo que sea sustantivo: camisa, mujer, y como
características complementarias su adjetivación: grande, carmesí, y se
consideran “extraños del lenguaje” las alteraciones lógicas del orden,
determinar con artículos a los adjetivos, añadir grados al sustantivo y se les
asignen valores estilísticos. En la
lengua coloquial son muy comunes las metáforas, las metonimias y las
comparaciones, y por ende en la literatura: lleva una camisa tan grande como
una plaza de toros; es una mujer carmesí (pasional). Esta
forma de expresarse que comparten literatura y habla, influidas mutuamente,
provoca frecuentemente el abuso de esta categoría. La
adjetivación, como hemos visto, es una categoría gramatical que tiene una
función específica: la de complementar al sustantivo. Su misión en literatura
se amplía, como hemos visto, a la de embellecer el discurso a través de la
calificación, o del empleo de epítetos, o de traslaciones (adjetivación de
sustantivos, adverbios, verbos...). El proceso de traslación por el cual una
categoría diferente a la del adjetivo pasa a desempeñar su función es muy común
en la lengua literaria: naricísimo, mañanísimas. El problema surge, como en
todo, con el abuso. Un mal
texto literario es aquel que abusa de los adjetivos ante la falta de
vocabulario: Era un muchacho muy pobre = paupérrimo; por un empleo equivocado
de las palabras: Hicimos un superperiplo por el barrio chino (ejemplo
auténtico); por exceso de adjetivación: Oscura y turbia noche invernal. El caso
es que la adjetivación en literatura ha de entenderse como el arte de intensificar
la expresión, sin dejarse llevar por la tentación de sobreadjetivar un texto
que ya de por sí, en la mayoría de los casos, posee ya significado. |
|
|