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La vida placentera del príncipe
Nejliúdov sufre una sacudida sin retorno por culpa de una coincidencia:
le toca formar parte en un jurado que decide el futuro de varias personas, y a una de ellas, Katerina
Máslova, la conoce. Años atrás sedujo a esa mujer
durante unas vacaciones en la casa de campo de sus tías. Katerina era
entonces casi una doncella, trabajaba de sirvienta, y Nejliúdov, joven
militar apuesto, queda prendado de su belleza. Todo es inocente hasta que la
noche anterior a abandonar la aldea decide, en un arrebato, que debe hacer lo
que cualquier hombre que se precie no dudaría en su situación.
Ella tiene miedo, pero cae en sus brazos. Cuando, meses después, las
tías del príncipe descubren que está embarazada, la expulsan
de la casa. Desde entonces Katerina pasa a ser Katienka,
Katiuska, o mejor, la Máslova, una mujer avispada, que se gana la vida
como puede, sin problemas de moral. En ese camino desciende a lo más
bajo, y llega a prostituirse. Ahora le acusan de participar en un homicidio. Pero el encuentro en el juzgado lo cambia todo,
sobre todo cuando la mayoría del jurado decide condenarla, de manera
errónea. Nejliúdov piensa que es culpable de todo lo
que le pasa a ella, y aunque no puede evitar sentir rechazo a lo que se ha
convertido, poco a poco experimenta una transformación. Su vida actual,
absolutamente banal en medio de la alta sociedad, ya no le llena. Le parece
repugnante todo lo que hacen y dicen la gente de su clase. Pronto llega a la
conclusión de que son una pandilla de corruptos. Sobre todo cuando,
movido por la piedad, visita la cárcel a la que ha sido llevada, en
espera de su traslado a Siberia. Allí advierte las dos caras de la
sociedad: los pobres desgraciados entre rejas, muchos por motivos nimios, y
hasta ridículos o inexistentes, y otros, los funcionarios en cuyas manos
están los anteriores, inmisericordiosos, incapaces de mover un dedo por
algo que no sea su propio interés. Éste es un punto clave de la
novela, la cárcel como regeneradora moral o causante de los vicios de la
sociedad. Pero en este camino no sólo resucita
Nejliúdov. Katerina, que al principio le rechaza, viéndole si
acaso como objeto del cual puede obtener algo, también sale de esa
oscuridad, y colabora para ayudar a sus compañeros enfermos de la
cárcel. No sólo eso, sino que poco a poco comienza
a sentir amor de nuevo por el príncipe, aunque nunca lo llega a manifestar,
pensando que él arruina su buena vida por estar con ella. Resulta gratificante, aunque no sea muy
ágil, la lectura de esta larga novela, última del maestro ruso,
uno de los escritores que más me han hecho reflexionar acerca del
sentido real de la vida. Los últimos capítulos, cuando
Nejliúdov siente que ha alcanzado la verdad, son la culminación
espiritual de un autor que dedicó su larga vida a la lucha sin cuartel
contra el poder reinante, y cuya obra no perecerá nunca. |
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