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Paul Auster (Nueva Jersey, 1947) es un escritor
que me produce sensaciones contradictorias. Su prosa es muy ágil, y
engancha desde las primeras líneas. Por tanto es una delicia leerle, (de
hecho se hace a toda velocidad) principalmente cuando se viene de una aventura
literaria más densa. Sin embargo, tanta facilidad, por puro prejuicio,
me produce cierto rechazo, y cuando acudo a este escritor norteamericano
siempre tengo la duda de si lo que tengo entre manos vale la pena o si de alguna
manera estaré perdiendo el tiempo. Pero no quiero que esa sea la sensación que
predomine tras leer este artículo. Hay que dejar claro que los
argumentos no se quedan en lo superficial, eso sería faltar a la
realidad. Las bases de su obra se mantienen constantes: la importancia de lo
casual, el sentimiento de debilidad del ser humano ante ese azar, y la soledad
que se siente al estar tan perdido. También le es fiel a otras cosas:
las historias dentro de historias, de lo cual en mi opinión llega a abusar,
o la permanente presencia de escritores dentro de sus propias novelas, en
ocasiones incluso varios. No puedo negar que esto último me atrae, no
sé exactamente por qué, pero supongo que la causa es que de
alguna manera me hace sentir ganas de ponerme a escribir. También noto
que no tiene demasiado interés en cerrar las historias, quizá
porque él sabe que éstas nunca se acaban de terminar. Dicen que Auster quedó marcado por un
accidente que tuvo de pequeño en un campamento, yo pienso que eso
indeleblemente se debe notar en la obra de un autor, y de hecho la muerte
aparece en varios de sus libros. Los que estudian su obra detectan más detalles
autobiográficos. En Leviatán (1992), esto se vuelve a
manifestar. Peter Aaron, escritor, como Auster, y con sus mismas iniciales, escribe
una especie de biografía de otro escritor, Benjamín Sachs, que
acaba de fallecer al estallarle una bomba en la mano en una carretera de
Wisconsin. Muchos años atrás se habían conocido,
casualmente, y la amistad les había unido desde entonces. Sachs es un
tipo peculiar, atractivo es su forma de hacer y de pensar, pero un episodio le
marca para siempre: un extraño accidente, un poco provocado por
él mismo, mientras seduce a una mujer. Esto le cambia por completo y le provoca
un laberinto mental que para mí es lo más atractivo del libro. A
partir de ahí Sachs se deja llevar, impresionado por haber sobrevivido
milagrosamente al accidente. En otro inimaginable suceso acaba matando a un
hombre, sin haberlo buscado para nada, y esto le hace continuar en ese camino
interior en busca algo que ni él mismo conoce. Investiga la historia de
ese hombre al que ha asesinado, se siente subyugado por ella y… actúa
en consecuencia. Entre medias, un montón de historias, como
siempre. Personajes con una vida muy peculiar, alejada de lo convencional, para
los que la rutina no existe, pero que no por ello están exentos de
problemas. Por ejemplo, dos mujeres, que forman parte de la trama, pero que, en
medio de ella, les da tiempo a intercambiar la personalidad, después de
encontrarse de manera inaudita tras muchos años sin verse. Auster vuelve
a inventar un mundo que seduce, es un verdadero maestro en la labor, y en medio
de ello nos cuenta las cosas que a él más le interesan. Entre
ellas, cómo no, algún partido de béisbol. Paul Auster empezó con poesía,
tradujo en Francia y ha tenido incursiones en guiones de cine, e incluso en el
mundo de la radio. Se le considera el más “europeo” de los
autores estadounidenses. Influenciado por Beckett, Kafka, o Thoreau, al que
intuyo que menciona con adoración, su trabajo ha sido premiado en varias
ocasiones. Estuvo en España recientemente recibiendo el premio
Príncipe de Asturias 2006 de las Letras. |
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