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El Principito comienza con
una introducción del autor donde muestra un dibujo que realizó
cuando era un niño en el que representaba una boa digiriendo un
elefante. Nos cuenta cómo los adultos, en lugar de ver lo que
él pretendía mostrar, decían que se trataba de un
sombrero. Así
comienza Saint-Exupéry su relato y nos da a entender que en el mismo
momento en que abandonó su imaginación, se sumergió en el
mundo de los adultos y de la “sensatez”. El
libro nos cuenta cómo la experiencia del autor con el principito le hizo
reencontrarse con el niño que un día fue y que ya
había olvidado. El
principito es un niño de otro planeta, que le cuenta todo lo que ha
conocido en el Universo a lo largo de su viaje hasta En
contraposición a esta sencilla vida, nos cuenta cómo
conoció a personas que se sumergían en tareas absurdas y
que no les hacían felices. Conoció a un rey que consideraba al
resto del mundo como súbditos de él; a un vanidoso para el que
todos los demás eran admiradores; a un borracho que había
olvidado el motivo por el que bebía; a un hombre de negocios que
pretendía poseer las estrellas por el simple hecho de poseerlas; por
último, conoció a un farolero con el que no estaba del todo en
desacuerdo con su vida, pues se ocupaba de una tarea ajena a sí mismo,
pero no le permitía ni un minuto de descanso. Al
llegar a Más
tarde, encontró un jardín de rosas idénticas a la que
él tenía en su planeta. Se creía muy afortunado y esto le
hizo sentirse desdichado. Al poco, entabló amistad con un zorro, que le
hizo reflexionar sobre la palabra “domesticar”, que significa
“crear lazos”. Y comprendió que lo que hace distinta a su
rosa es que él la había hecho suya. También
descubrió la otra cara de la amistad: la tristeza por la
separación. Es entonces cuando se hace referencia a la frase principal
de esta historia: “No se ve bien sino con el corazón. La
esencia es invisible a los ojos”. Las
personas, nos da a entender el autor, no se dan cuenta de lo esencial de la
vida y pierden su vida en tareas absurdas que no les hacen felices.
Únicamente los niños son capaces de darse cuenta de esto. La
historia nos muestra el lado cada vez más tierno de la personalidad del
principito y, como no podía ser de otro modo, tuvo que regresar a su
planeta, permitiendo que la serpiente le inyectara su veneno, porque él
no era de este mundo. Desde
entonces, el autor nos cuenta cómo ha recuperado lo esencial en su vida,
que había perdido tras dejar de ser niño. El Principito nos hace reflexionar acerca de la importancia
excesiva que el hombre da al ser humano. Esta importancia es
“relativa”. Ampliando la idea del autor, existen muchas cosas en el
mundo aparte del hombre desde hace más años que su propia
existencia. Todo lo vemos desde nuestro punto de vista (el vanidoso
ve al otro como un admirador, dice Saint-Exupéry). El hombre cree que
sus habilidades son las mejores, las más adaptadas y que están
por encima del resto de las especies que habitan “Lo
esencial es invisible”, dice el autor. Las relaciones con los
demás y con el mundo que nos rodea, las tareas que nos mantienen
ocupados y que nos hacen ocuparnos de otra cosa aparte de nosotros mismos, son
las ideas que quiero resaltar de esta historia y que me hacen pensar en que tal
vez no estemos viendo al “elefante dentro de la boa”, sino un
sombrero. El Principito es una visión un tanto pesimista
del hombre. Parece ser que sólo el protagonista de la historia es capaz
de recuperar al niño que una vez fue. No es coincidencia que la historia
se desarrolle en el desierto. El resto de los hombres no parecen ser capaces de
llegar a ver lo fundamental de la existencia, como si nunca hubieran sido
niños. Pienso que todas las personas conocen y, de hecho ven, lo
esencial de la vida, pero lo esencial de la vida implica ver también
que ésta se termina. Al igual que el principito conoció la
amistad y, al mismo tiempo, la tristeza de la separación, la persona que
decide ver, lo verá todo: la vida y la muerte. ¿Por
qué los niños ven lo esencial? Tal vez no sea del todo cierto y
aún no se hayan dado cuenta de la existencia de la otra cara de la
moneda. En mi opinión, es una cuestión de decisión.
No una decisión de ver o no ver, sino de dar un paso más o no.
Es decir, de niños vemos sólo la cara amable de la vida (los
niños occidentales, por supuesto). Cuando empezamos a darnos cuenta de
que todo tiene un final, nos tapamos los ojos. El siguiente paso consiste en
destapar la mirada a pesar del miedo, o bien continuar ciegos. Esta ceguera, no
obstante, no es absoluta. Lo esencial de la vida, aunque invisible, se quiere
hacer notar cada vez con más insistencia, por lo que es necesario que
nos distraigamos con más y más cosas para no verlo. Tratar
de tener el mayor número de posesiones o sentirnos por encima del resto
de los hombres, son ejemplos de tareas absurdas que permiten distraer nuestra
mente para no ver lo evidente. |
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