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Última obra del escritor ruso Fiodor
M. Dostoievski (1821 – 1881), publicada pocos meses
antes de su muerte, y considerada como cumbre de su literatura, junto a Crimen
y Castigo. Se trata de una novela muy extensa, pero sin embargo inacabada, ya
que el autor nos cuenta en el prólogo que hay una segunda parte, situada unos
años después, en la que uno de los protagonistas de la primera, Alexei, joven novicio que encarna todas las virtudes del ser
humano, se convierte en un revolucionario contemporáneo. De ella apenas se
conserva nada. Su lectura es fácil y el argumento en sí también,
pero no las complejidades espirituales que la rodean, y a las que no da
solución, quizá porque no la haya. Son las obsesiones que siempre atormentaron
al autor. Toda su obra refleja los acontecimientos que marcaron su vida, tales
como una niñez a las órdenes de un padre borracho y dictador, que fue asesinado
por sus propios siervos, los ataques epilépticos que padeció y la tendencia al
juego que le hizo arruinarse en más de una ocasión, y por la cual tuvo que escribir
bajo la presión de los editores de publicar inmediatamente. A todo ello hay que
sumarle que estuvo condenado a muerte por unas supuestas relaciones con
círculos progresistas clandestinos en su juventud, en la Rusia de los zares, y
que sólo a minutos de ejecutarse la sentencia llegó el perdón, y la sustitución
de dicha pena por unos años en Siberia, donde conoció
personas que le marcaron profundamente. Con estos antecedentes nos encontramos con unas
novelas, las más importantes, marcadas por temas como el crimen, el sentimiento
de culpa, el pecado, y también, en gran medida, la salvación de esa Rusia que
tanto amó. En Los Hermanos Karamazov el
argumento es el siguiente: Fiodor Pavlovich,
propietario borracho y carente de virtudes, tiene tres hijos: Dimitri, de su
primer matrimonio, e Iván y Alexei, del segundo. Su
vida desordenada y entregada a bajas pasiones provoca que apenas les conozca y
se preocupe por ellos. Pero por distintos motivos coinciden todos casi por
primera vez en la ciudad. Dimitri es impulsivo y pasional, y mezcla su amor por
una joven de clase, Katerina Ivanovna,
con su pasión por otra, Grushenka, jovenzuela de mala
reputación de la que también se enamora su padre. El odio del hijo al padre no
viene sólo por ahí, ya que Dimitri le acusa de no compartir en absoluto con sus
hijos el abundante capital que maneja. Para ayudar a solucionar el problema, se organiza
una reunión en el monasterio en el que estudia el tercer hijo, Aliosha (Alexei), a la que todos
acuden. Confían en que Zosima, starets
o guía espiritual de Aliosha, ayudará a reconducir la
situación, pero al final el fracaso es rotundo. Poco después, Dimitri amenaza
en público con matar a su padre. La complejidad de la obra viene porque no sólo
él es el que desea su muerte. También Iván, que es el personaje más cuidado
desde el punto de vista psicológico, un joven intelectual y ateo, de
convicciones profundas y que podríamos comparar con el Raskólnikov
de Crimen y Castigo. Iván tiene mucho trato con Smerdiakov,
criado de la casa, y que presuntamente es hijo bastardo
de una noche de borrachera y abuso del propio Fiodor Pavlovich. Iván, de mucho talento y que deja las frases más
para el recuerdo de la novela, cae, sin embargo, un poco atenazado por los
nervios cada vez que conversa con Smerdiakov, al que
tiene un profundo odio, y de quien recibe sin embargo adulación constante. De
manera sutil le induce al lacayo al crimen, y se quita de en medio para que
pueda efectuarlo. Iván es, por tanto, el parricida, al menos intelectualmente. Una noche de celos Dimitri corre a casa de su padre
a matarle, pero en el último momento se salva y no lo hace. Smerdiakov,
que ha simulado uno de sus ataques epilépticos, es quien le mata, pero en el
juicio declaran culpable a Dimitri, que sin embargo siente el alivio de no
haber matado a pesar de haberlo deseado tanto. Smerdiakov
confiesa el crimen, pero sólo a Iván, y poco después se suicida. Iván enloquece
y cae enfermo. Aliosha trata de salvarlo, como antes
trató de hacerlo con Dimitri, y como continuamente hace con él mismo, ya que él
se sabe no tan cándido y virtuoso como le ven los demás, sino también azotado
por las pasiones que destrozan a su familia. Quizá por eso, o quizá para salvarlos
a todos ellos, el starets Zosima,
antes de morir, le dice que debe dejar el monasterio y salir al mundo y
casarse. De las casi mil páginas de este libro que puede
considerarse prácticamente de filosofía, y que difícilmente puede estar de moda
en un mundo como el de hoy me gustaría destacar algunas frases o
conversaciones: 1- Iván nos dice en las primeras páginas: “Nada de la
inmortalidad del alma, y por consiguiente, nada de virtud, lo que quiere decir
que todo está permitido.” 2- En una conversación entre Aliosha
e Iván, éste último llega a afirmar: “Respóndeme con
franqueza. Imagínate que los destinos de la humanidad están en tus manos, y que
para hacer definitivamente dichosa a la gente y procurarles por fin la paz y el
reposo fuera indispensable torturar aunque sea a un solo ser, al niño que se
golpea el pecho con el puño, y fundar sobre sus lágrimas la felicidad futura. ¿Consentirías
edificar en esas condiciones semejante felicidad? Respóndeme sin mentir.” A lo que Aliosha contesta: “No, no lo
consentiría.” Iván continúa: “Si no tuviese ya
fe en la vida, si dudase de la mujer amada, del orden universal, y estuviese
persuadido, por el contrario, de que todo no es más que un caos infernal y
maldito, y fuese yo presa de los horrores de la desilusión, incluso entonces
querría vivir. Después de haber probado la copa encantada, no la dejaré más que
cuando esté apurada. Es posible que hacia los treinta años, la añore aún sin
apurar, e iré… no sé dónde. Pero hasta los treinta años estoy seguro de que mi
juventud triunfará de todo, desencanto y desgana de vivir.” Poco después: “Creo que si el
diablo no existe, y por consiguiente, ha sido creado por el hombre, éste lo ha
hecho a su imagen.” Me parece sublime cuando, en las páginas siguientes,
Iván le narra a Aliosha un pequeño texto que ha
escrito, en el cuál cuenta como Jesucristo, en la peor época de la inquisición,
decide mostrarse de nuevo, y lo hace curiosamente en Sevilla. Un anciano
sacerdote, sin embargo, le recibe de la siguiente manera: “¿Tú eres Tú?”– y
al no recibir respuesta, añade rápidamente-: “No digas nada, cállate: además,
¿qué podrías decirme? Demasiado lo sé. No tienes derecho a añadir ni una
palabra más a lo que ya has dicho. ¿Por qué has venido a molestarnos? Bien sabes Tú que nos
molestas. ¿Pero sabes lo que ocurrirá mañana? Ignoro quién eres y no quisiera
saberlo. Tú, o solamente su apariencia; pero mañana te condenaré y serás
quemado como el peor de los herejes, y ese mismo pueblo que hoy te besaba los
pies se precipitará mañana a una indicación mía para alimentar tu hoguera. ¿Lo
sabes Tú quizá?” 3- Lo siguiente y último es un fragmento de un recuerdo
de Aliosha de las enseñanzas del starets
Zosima: “¿Qué pecados has
cometido tú para acusarte más que los demás?...
Has de saber que en verdad cada uno es culpable ante todos y por todo...
Al hombre le basta con un solo día para conocer toda la felicidad. Queridos
míos, ¿para qué pelearnos, envanecernos o guardarnos rencor los unos a los
otros? Vamos mejor a pasearnos, a regocijarnos al jardín, allí nos abrazaremos
y bendeciremos la vida… Pájaros de Dios, pájaros felices, perdonadme, pues
también he pecado contra vosotros... Sí, la gloria de Dios me rodeaba: los
pájaros, los árboles, los prados, el cielo; yo era el único que vivía en la
vergüenza, deshonrando a la creación, pues no veía en ello ni la bajeza ni la
gloria…Guardo preciosos recuerdos de las casa paterna, pues son para el hombre
los más preciosos de todos los recuerdos de la primera infancia en casa de sus
padres: casi siempre ocurre así cuando el amor y la concordia reinan por poco
que sea en la familia. Puede conservarse un recuerdo conmovedor de la peor
familia si se tiene un alma capaz de emoción.” |
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