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Dice la contraportada de la nueva novela de
José Saramago: En
un país cuyo nombre no será mencionado se produce algo nunca visto desde el
principio del mundo: la muerte decide suspender su trabajo letal, la gente deja
de morir. La euforia colectiva se desata, pero muy pronto dará paso a la
desesperación y al caos. Sobran los motivos. Si es cierto que las personas ya
no mueren, eso no significa que el tiempo haya parado. El destino de los
humanos será una vejez eterna. Saramago ha
conseguido volver a sorprenderme con un planteamiento desconcertante que, poco
a poco, consigue convertirse en algo completamente natural, tan natural que
llega a humanizar a la mismísima muerte. Novela bella, muy bella, la he terminado
feliz de recuperar a un Saramago optimista, distinto,
como renacido de sus últimas novelas, más oscuras. Durante la lectura he pensado que a la
novela le sobran algunas elucubraciones de la parte central, que hacen menos
ágil la trama, trepidante al principio, pero se perdona fácilmente con un
final, en mi opinión, brillante. Saramago, a
pesar de su estilo tan particular, nunca llega a cansarme. Tal vez porque sigo
encontrando entre sus páginas una lucha continua por
comprender un poquito más del ser humano, pero no del ser humano con mayúsculas
del que nos hablan otros novelistas, sino del ser humano vulgar y corriente, de
aquel que nos cruzamos todos los días y que ni siquiera tomamos la molestia de
mirar. |
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