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El escritor y periodista mexicano, Juan Villoro, miembro del El Colegio
Nacional en su ciclo de conferencias en dicha institución titulada: “El desafío
del otro, Náufragos exiliados y migrantes en la literatura”, se refirió a la
isla desierta en la literatura como espacio de aventura, pero también de
condena: “En México hemos tenido presidios en islas y José Revueltas escribió una
novela sobre la cárcel en la que él estuvo, en las Islas Marías, y esta novela
se llama Los muros de agua. La isla ha sido un espacio de deseo, un paraíso
posible, espacio de salvación para un náufrago, pero también ha sido un espacio
de condena”. Pero sí existe una isla fundamental para el naufragio, consideró Villoro,
esa es la de Daniel Defoe, donde habitó su personaje Robinson Crusoe 28 años,
la misma que recreó en el siglo XX el escritor francés Michel Tournier en su novela Viernes o
Los limbos del Pacífico. Tras detallar la vida de fracasos de Defoe, el
colegiado expuso, que, como su personaje Robinson Crusoe, “era un hombre lleno
de ambición, Defoe era pretencioso, usaba peluca como si perteneciera a la
aristocracia, usaba espada por pura elegancia”. Siempre luchando por sobrevivir, Defoe escribe Robinson Crusoe que, para
Villoro, “es la historia de un gran arrepentimiento, porque él se hace a la mar
desobedeciendo a sus padres y cae en un naufragio, y podemos decir que este
naufragio es una especie de bautismo que lo reconvierte. Llega a la isla, tiene
que dar gracias, bautiza a la isla como Esperanza, como una de las tres
virtudes teologales, y dice: “tengo que dar gracias por estar vivo, y mi manera
de dar gracias, y aquí entra la ética protestante, es trabajar. El trabajo es
lo que me va a redimir”. Además de que en la historia la isla desierta es una “tabula rasa” que
permite empezar desde cero: Robinson Crusoe “era un libro muy directo que
hablaba de problemas muy concretos de cómo sobrevivir, pero le encantó al
público, que se sintió representado, entendió que había alguien que hablaba su
idioma”. Inspirada en el naufragio del marinero Alexander Selkirk, en la obra de
Defoe aparece otro personaje, un aborigen al que bautiza con el nombre de Viernes y, “a pesar de que estamos ante una historia en
efecto de un amo y un sirviente, una historia asimétrica de dominación, con el
tiempo Robinson Crusoe empieza a sentir curiosidad, aprecio y una dosis de
respeto por el aborigen que está ahí”. Con los años, recordó Juan Villoro, Robinson Crusoe se convirtió “en un
personaje que es ya equivalente a un mito, así como hay muchos autores que han
tocado el tema de Fausto o de Don Juan, hay muchos que han tocado el de
Robinson Crusoe hasta llegar al siglo XX, por ejemplo, La isla de cemento, de
Ballard el gran autor de ciencia ficción inglés. La isla, de Aldous Huxley, le
debe mucho. “La invención de Morel”, de
Adolfo Bioy Casares. La lista llega hasta Michel Tournier y su Viernes o los limbos del Pacífico, donde “lo que va a hacer
es una antropología del otro, él cambia la ecuación del náufrago blanco y el
aborigen y va a crear una novela profundamente diferente, algo muy difícil
porque tiene el precedente de una de las mayores obras que ha atravesado a los
lectores en forma exitosísima desde el siglo XVIII”. Tournier, filósofo también, describe un Robinson Crusoe,
ambicioso y atrabancado que, a diferencia del de Defoe, que “administra su
isla”, cae en depresión y es abandonado, incluso, por el perro con el que
naufraga. Al Crusoe de Tournier lo salva el tiempo y
lo prepara para la llegada de alguien radicalmente diferente a él. Viernes, un
aborigen al que convierte en su sirviente y del cual abusa una y otra vez, a
pesar de su ánimo festivo y alegre. Durante los 28 años, que también se queda en la isla el Robinson de Tournier, suceden una y otra vez abusos contra Viernes, pero a diferencia de Defoe, el náufrago del francés
recapacita y reflexiona una y otra vez hasta ver al otro, a Viernes, como, “un
poeta, un inventor, un personaje maravilloso. Esto es justamente lo que logra Viernes en el náufrago, que se convierta espiritualmente en
alguien diferente y poder aspirar a ser él también, un poeta o un inventor”. “Vista a la distancia y con la mentalidad de la antropología del otro, Viernes o los limbos del Pacífico es también una educación
para entender nuestra propia sociedad; los valores que aprende Robinson de
Viernes pueden ser valores de esta sociedad. Daniel Defoe escribe una novela en
la que un náufrago busca conservar sus valores en una soledad extrema, está
arraigado al pasado en esa medida, es una novela conservadora, para salvarse a
sí mismo, para no deshumanizarse, tiene que conservar su tradición, lo que es
él. En cambio, lo que hace asombrosamente Tournier es
que escribe una novela orientada al futuro”. Villoro recordó una conferencia de Tournier en la
que reflexionó que la verdadera dedicación de su novela era para los
trabajadores extranjeros en Francia. “Él dice: “Hay millones de personas que
han llegado desde los confines del mundo para que nosotros vivamos mejor, y son
personas a las que no vemos, son personas anónimas. Yo traté en esta novela de
darle un rostro y una vida, a ese Viernes que es el
que nos permite que comamos, el que nos limpia la casa, el que nos apoya, el
que nos ayuda, el que conduce el coche, el taxista, todas las gentes que nos
permiten vivir: los inmigrantes”. Gracias a esas dos versiones literarias del naufragio, dijo Villoro, “vemos
el descubrimiento de un ser diferente, al que podemos temerle, pero que también
es alguien que tiene mucho que enseñarnos, cuando en una isla desierta aparece
una huella que no es la nuestra eso puede sobresaltarnos, puede asustarnos,
pero hemos visto aquí que eso también es una extraordinaria oportunidad de
aprendizaje porque lo otro, lo distinto, es necesariamente lo que alimenta lo
propio”. ¡Hasta el próximo encuentro…! |
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