El escritor Ernesto Sabato admirador de la cultura judía
Washington Daniel Gorosito Pérez


El intelectual argentino que entre otras confesiones dijo que “el arte le salvó la vida”.

Y vaya que lo salvó, al igual que su compromiso político y ético que confluye en su obra. En 1992 le confesó a Newsweek que estuvo dos veces tentado de suicidarse. A este físico que estuviera en París con los Curie, el reconocimiento literario le llegó en 1961 con su obra “Sobre héroes y tumbas”, y la consagración definitiva en 1974 con “Abaddón el exterminador”.

 

A los 99 años partió en su residencia de Santos Lugares a las afueras de Buenos Aires, el hombre que nació un 24 de junio el mismo día que años después moriría Carlos Gardel en Medellín, uno de sus ídolos del tango.

 

Casi ciego como Borges, quien lo criticara duramente: “Ha escrito poco pero ese poco es tan vulgar que nos abruma como una obra copiosa”, así lo calificó en 1956, según el diario que Bioy Casares escribió sobre sus conversaciones con su amigo Borges.

 

Aunque una vez dijo: “¿Para qué hay que escribir tanto?” Se auto cuestionaba. “Yo sólo cometí tres novelas”. Ironizaba fiel a su estilo.

 

A pesar de sus detractores por distintas razones, el autor de “El Túnel” se consolido en su momento como el mejor exponente de las letras argentinas con una enorme proyección internacional. Entre tantos galardones obtenidos destaca el Premio Cervantes en 1984 y fue propuesto como candidato al Nóbel de Literatura en el 2007. También hay quienes consideran que Sábato debería haber sido propuesto para el Nóbel de la Paz.

 

A mi juicio, el pensamiento que pinta de cuerpo entero a Ernesto Sábato, es el siguiente. “Yo creo que hay que escribir cuando no damos más, cuando nos desespera eso que tenemos adentro y no sabemos lo que es, cuando la existencia se nos hace insoportable”.

 

Insoportable para Sabato, eran las incoherencias que planteaba el pensamiento antijudío: “el antisemita dirá sucesivamente y aun simultáneamente, que el judío es banquero y bolchevique, avaro y dispendioso, limitado en su gueto y metido en todas partes. Es claro que en esas condiciones el judío no tiene escapatoria: cualquier cosa que diga, haga, o piense caerá en la jurisdicción del antisemitismo”, más adelante dirá:

 

“Bastaron unos cuantos gritos bien seleccionados por los teóricos de Hitler para movilizar a millones de ciudadanos en el país más instruido del mundo”.

 

Ernesto Sabato comparte con Jorge Luis Borges el haber sido admiradores de la cultura judía. Maravillado frente a la reacción de “este misterioso pueblo judío de volver a reír y bailar sobre las cenizas del último pogromo”, comentaba: “ese pueblo que ha sufrido los peores horrores y que ha dado a la humanidad entera uno de los conjuntos más asombrosos de genios a la ciencia, en el pensamiento filosófico, en las artes y en la religión”.

Y agregaba Sabato: “El destino enigmático y sobrenatural del pueblo judío, es la causa de mi fascinación por él”.

 

En otra conferencia confirmaba el derecho de pueblo judío a tener un Estado: “Hay que partir de una base irreversible: el pueblo judío tiene derecho definitivo a tener su Estado de Israel. Este es un hecho indiscutible. El pueblo judío tiene ese derecho: lo ha ganado con sangre, sudor y lágrimas”, y agregaba sobre la vida de las colonias colectivas: “la experiencia del kibutz es el experimento más trascendental que ha emprendido la humanidad”. También defendió con vehemencia, en los últimos años, el derecho de los palestinos a tener su propio estado nacional.