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Onetti fue un auténtico paradigma de inconformismo ante un mundo
en acelerado proceso de desintegración moral, que retrató magistralmente en su
vasta producción literaria, para evadirse de lo que el consideraba la tortuosa
“pesadilla de vivir”. Y se metió en la cama… diez años encamado, como dice
Ballester, impone respeto. Claro, no es cualquiera, quien se anima, si no ha
vivido lo suficiente, a meterse en una cama y decir basta. Pero veamos cómo
vivió la pesadilla de vivir”. Juan Carlos Onettí creó universos
ficticios alternativos a una realidad cotidiana que le asfixiaba. Fue un hombre
habitado por las voces y las vidas de sus criaturas de ficción, con las cuales
parecía lograr una entrañable identificación, más allá de los siempre mutables
terrenos de la imaginación, que concibió para exorcizarse del fantasma de la
angustia. Asumió la vida como una inexorable experiencia imperfecta.
Para él la escritura fue una especie de catarsis contra el dolor, un
irrefrenable “vicio” y, si se quiere, hasta un pacto de amor y emancipación
existencial. El tema unificador de
su obra es la progresiva descomposición
de la sociedad contemporánea, sus efectos sobre los individuos y la
imposibilidad de encontrar una respuesta adecuada a ese abismo colectivo que
parecía abrirse a sus pies. Para Onetti, todo fue complejo,
intrincado y dramático, y si persistió, obstinado, en su labor de escribir, fue
para condenarse definitivamente. Se condenó, como solía decir, desde su
infancia feliz y su adolescencia traumática. Entonces empezó a escribir y lo hizo para él, para su
placer, pero para su vicio también, y sobre todo, para plasmarse en sus
relatos, y allí fue tan frágil, tímido, retraído e inseguro, como en su
realidad, aunque por el mismo tiempo pudiera ser Larsen
una de sus creaciones, el hombre que por momentos quiso ser, agresivo,
decidido, el arriesgado truhán al que poco le importaban la sociedad, el futuro
y las trascendencias. Cuando surgió Larsen, a comienzos
de los 70, ya Onetti había escrito El Pozo, Los
adioses y Para una tumba sin nombre. Era una especie de existencialista
atemporal. En El Pozo, pocos habían creído. Una y otra y otra vez, Onetti recibió rotundas y lacerantes negativas de las editoriales.
Que era muy denso, le explicaban. Que le hacía falta emoción señalaban. Unos amigos, sus contertulios de café y bar en Montevideo le
pagaron la edición. Todos los ejemplares tuvieron que regalarlos. Las reseñas
que publicaron los diarios y revistas rescataron el tono íntimo de la obra, y
hablaron de Onetti como de un joven escritor que
había dejado a medias sus estudios en la escuela y se ganaba la vida como
portero, vigilante, vendedor de entradas en el teatro, acomodador o mozo. Los grandes logros de Onetti
resaltaron algunos críticos, habían sido trabajar como censor, recorriendo
pueblos y pueblos a lomo de burro, y haber tomado parte en la redacción de una
publicación literaria, La tijera. Pese a su juventud, Onetti ya se
había casado dos veces, y con dos primas hermanas, María Amalia y María Julia Onetti. Con la primera se peleó desde el día de la boda,
pero el extravío de su manuscrito de El Pozo desbordó los ánimos. Con la
segunda vivió hasta 1945, pasando de Montevideo a Buenos Aires y viceversa, y
laborando en lo que lo aceptaran. De cuando en cuando sostenía enigmáticas reuniones
anarquistas con personajes que lo convencieron de viajar a España para
enrolarse en la facción republicana de la Guerra Civil. Sin embargo, esos
mismos sujetos se encargaron de disuadirlo, y otros, como Carlos Quijano, lo
asentaron en Uruguay ofreciéndole la secretaría de redacción del semanario
Marcha. Una vez cada siete días, Onetti
escribía una crítica literaria, La piedra en el charco, bajo diversos seudónimos
como Periquito el aguador, Groucho Marx y Pierre Regy. Después de El Pozo comenzó a trabajar como reportero
en la agencia Reuters. Cada vez con mayor asiduidad iba a Buenos Aires. En 1945
se enamoró de una compañera de redacción, Elizabeth María Pekelharing,
y se casó con ella. Ese mismo año el diario La Nación le publicó La casa en la
arena, donde apareció por vez primera Santa María, su ciudad imaginaria, un
compendio de espíritus blancos, pulsiones, temores y vicios que delimitará
cinco años más tarde con La vida breve. Hacia 1955 Juan Carlos Onetti era una celebridad literaria en el Río de la Plata,
más allá de su aislamiento. Era amigo hasta del Presidente de Uruguay, Luis Batlle
Berres, a quien tiempo después le dedicó El Astillero. Recibía invitaciones por
doquier y opinaba sobre lo divino y lo humano, siempre con su tono monocorde y
sus indescifrables ironías. Sin embargo, la vida y el amor le pesaban. Se separó por
tercera ocasión y volvió a casarse, ahora con una argentina mucho menor que él,
Dorotea Muhr. Fue director de la Biblioteca Municipal
de Montevideo y periodista del diario Acción, fue entrevistado, entrevistador,
comentarista y disidente hasta de él mismo, todo y nada con tal de huirse, todo
y nada con tal de esfumarse. “La literatura es mentir bien la verdad”, decía. Él se
mentía retratándose, y lo hizo hasta el fin de sus días, en 1994. Lo hizo con
El Astillero y con Los adioses, sus libros más comentados, y lo hizo pocos
meses antes de morir con Cuando ya no importe, su testamento. En últimas, su muerte tampoco fue como la anunciaron los
diarios, porque Onetti, el verdadero Onetti, había comenzado a morir en mayo de 1974, cuando la
junta militar que gobernaba Uruguay, lo acusó y condenó por traición,
conspiración y otros asuntos más. Se inició para el escritor la siempre lacerante experiencia
del exilio obligado, que padecieron miles de uruguayos en esos años de
conculcación de libertades. Entonces, el abandonó su pasado, sus historias y el
fantasmagórico pueblo de Santa María. Y se metió en la cama… más de diez años provocó
incertidumbre y asombro a muchos críticos y periodistas literarios: “Ese Onetti, que toma whisky y fuma en la cama”. Sin embargo
pocos han acertado, se han dado cuenta que aquella reticencia para con el mundo
real y en el de la ficción, los años de Larsen,
Medina, Díaz Grey, construyendo pacientes la noche interminable de Santa María. Vaya para el Maestro Juan Carlos Onetti
mi homenaje en esta poesía de mi autoría: SANTA
MARÍA
“Por eso fabriqué Santa María
fruto de
la nostalgia de mi ciudad”.
Juan Carlos Onetti
Ficción dentro de la ficción. para beber en el río de aguas café. Santa
María, inmune al desgaste de las horas y los elementos. Santa
María, inventario del olvido a lo largo de la costa. Santa María, intrincado mundo interior cubierto de tinieblas blanquicientas como espuma. Santa María, mirada fija y circular el cuerpo ante un espejo reflejando vergüenzas
e infamias olvidadas que son gotas de vida. Santa
María, el silencio sobrevive a las palabras, la
muerte de la noche te hace dormir adiós al insomnio la cama es el paraíso.
Riachuelos de estrellas, caen sobre el astillero y el “Dios Brausen” desde su
ventana ve difuminarse la ciudad. |
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