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Desde lo lejos le llegan los
gritos desgarradores de la persona que más amó, como un souvenir
de su pena, sin saber si son fruto de su imaginación. La naturaleza
misma, en un estallido de rebeldía contra su creador, parece haber
asimilado la tristeza del evento. Se arrodilla sobre el pasto de aquel lugar
desolado en el que se encuentra. Todavía siente el calor de sus propios
labios en su mejilla. Entonces se pone de pie, se
dirige hacia el árbol más grande y lo abraza entre llantos. Lamenta
lo sucedido, pero más lamenta que la verdad muera junto con él.
Se para sobre una piedra. Enlaza la soga al árbol. La abraza a su
cuello. Relaja los pies sobre el aire. Sus músculos se contorsionan unos
segundos, minutos, quién sabe. El alma ya se desploma del
cuerpo, su puño se abre bruscamente y deja caer la bolsa que nunca quiso
aceptar, pero que recibió para cumplir su promesa. Las monedas chocan
contra el suelo, como en una vil metáfora de su antiguo trabajo. ©Luciano Ribero |
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