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Al día
siguiente me las arreglé para volver solo. Esperé a que el
Belén estuviera a punto de cerrar, pensando ingenuamente que entonces
habría menos público. Se trataba de una figurita muy secundaria en
la que normalmente no me hubiese fijado. Esa noche me informé de que
tales figuritas están articuladas pero no pueden variar de
expresión. “Estás loco”, se burlaba Palencio,
“cómo te va a mirar una figura”. “Aquel carpintero que
desbasta una tabla, allí”, hasta que la gente nos empujaba hasta
la Plaza. Así que empecé a ir solo. El carpintero
salía de su ensueño en cuanto me veía. Con aquella mirada
parecía invitarme a compartir su desprecio por lo que le rodeaba.
Entretanto, la gente me empujaba. “Estás loco”, “ven y
verás”, conseguí arrastrarlo, y esta vez la figurita nos
miró a los dos: “¿ves allí?” Palencio no se
burló: el maligno carpintero, terminado su trabajo, nos miraba
sonriente, mostrando orgulloso la cruz al fondo del taller.
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