Era una de esas residencias de lujo
para jubilados abandonadas. Al estacionar el celular junto al portal un abuelo
(por lo menos nonagenario) nos disparó a bocajarro. Lo abatimos y
saltamos a la portería. Pero las escaleras eran demasiado estrechas y no
se veía nada. Los bajos ya habían sido saqueados, y del ascensor
sólo quedaba el hueco. Arrojé un bote de humo. Una señora
se asomó al rellano y nos disparó. La abatí. En el primer
piso había estallado un incendio. Con un resto de rubor me
arranqué la chaqueta de policía y seguí disparando puerta
por puerta. No pudimos sacar nada por culpa del fuego.
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