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El asesino se despertó un domingo con
deseos de realizar una buena obra; pensó que era la manera correcta de
redimir algunos de sus mayores pecados mortales. Caminó por los sectores miserables de la
ciudad hasta encontrar un mendigo en el peor estado al que puede llegar un ser
humano: semidesnudo, enfermo, desnutrido y el cuerpo lleno de llagas sangrantes
y purulentas, llegó hasta él y le dijo: - Hermano, Dios me
iluminó esta mañana para ayudarte a dejar de sufrir. -
¡Gracias Dios mío! – dijo el
pordiosero alzando la vista al cielo– por fin escuchaste mis plegarias. El matón lo levantó del piso, lo
abrazó con ternura y le pegó un balazo en el
corazón. |
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