|
|
Mañana
me subiré al fin en mi Crono móvil y viajaré al día
exacto de nuestra primera cita: con lágrimas en los ojos, con un peso en
el pecho, contemplaré la espera infructuosa de Marie en los
Inválidos: Estará
preciosa como hace años. Me esperará aturdida entre la gente
quizá más de una hora. Pero en pocos días superará
el desengaño causado por mi plantón. A cambio, nos habremos
ahorrado todos estos años de rutina, mentiras, malentendidos. Nunca
sospechará cuánto la quiero, escondido entre la gente. Luego
volveré al mañana ignoto. Al fin, he
descendido de mi tosca máquina del tiempo, pero nada más ver a
Marie he corrido hacia ella. No he podido evitarlo. Ahora
comprendo que es imposible actuar de otro modo: debo volver a construir mi
máquina del tiempo, perfeccionándola si cabe, para intentar
frustrar los años amargos que nos esperan aquí, en París:
pero para ello antes debo conocer a Marie, acudir puntual a nuestra primera
cita, amarla, cansarme de ella y que ella se canse de mí, perderla una y
otra vez en el proceloso Cronos sin término. |
|
|