Mi hermano gemelo
Edgar Tarazona Angel



Esta historia no es mía; la escuché hace años de labios de mi abuelita, la mujer que más me ha querido en este mundo. Me miraba y suspiraba sin decir ninguna palabra, apenas se le humedecían los ojos cansados y me abrazaba con ternura mientras decía en un susurro:

-         Mi niño lindo… si tú supieras…

Nunca decía otra cosa y con el tiempo la curiosidad comenzó a martirizarme hasta hacerse dolorosa. Tal vez yo tenía siete u ocho años cuando me atreví a preguntarle:

-         Abuelita, ¿qué es lo que yo debería saber?

Dio un gran suspiro y se le soltaron al mismo tiempo un raudal de lágrimas y un secreto, que me ha tenido en pena demasiados años, que me acompañará hasta la muerte. Demoró varios minutos y me confesó:

-         Mi niño amado – dijo con voz entrecortada y quejumbrosa- es que usted es uno de los gemelos.

-         ¿Cómo dice, abuelita?

-         Que ustedes fueron dos, nacieron idénticos y era imposible distinguirlos.

-         ¿Pero, qué pasó con mi hermanito?

-         ¡Ay, mi niño, un día, al bañarlos, me descuidé y uno de ustedes se ahogó!

No sé si ustedes comprendan mi drama, el mismo que agobiaba a mi nana, pasar la vida con el dilema si el muerto fue mi hermano o fui yo.