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El
escultor acabó su obra, se
metió dentro, queriendo
inventar una nueva forma de arte; queriendo
darle vida, en
su obsesión por innovar. Y
dio resultado, pero
en lugar de imprimirle a la estatua el
alma del artista, fue
el artista el que fue invadido por
la sucia materia de su obra. Y
todos los poros de su piel fueron
llenándose del barro, atravesando
sus venas y, al
correr por su torrente sanguíneo, quedó
convertido en su propia Creación. Y
fue así como Dios murió. Y
yo, que todos los días trato de crear algo nuevo, en
mi obsesión por innovar, me
meto dentro de mi obra, y
de nuevo el milagro se repite: Mi
creación me absorbe, me
contamina y,
por último, me destruye. Por
eso, cada vez que algo dejo en el mundo, algo
menos de mí queda. Gurpegui |
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