La ceiba
Melissa Ardan Rojas




Había una Ceiba en Izalco,
¡a la entrada del balneario!
Era una «Madre Ceiba»
centenaria, hermosa, señorial...
Toda ella hablaba un idioma de ternura,
de cuentos, de risas,
encuentros, despedidas
y naturalmente de llantos...
Cuando la , la primera vez,
me estremecí...
oía las voces en el tiempo
fantasmas circundaban bajos sus ramas,
pájaros y mariposas, la poblaban...
Era alta, muy alta; tan alta que,
hasta las catedrales que conozco,
no igualan: su belleza.
Sus fuertes ramas se extendían en el espacio
sostenía al cielo con su copa,
y sus hojas bailaban suavemente, con la brisa...
¡que bonito contemplarla, bajo el cielo azul!

Un día regresé a verla... ¡ay, mi niña!
Los hombres que no saben y no ven
«ni con los ojos, ni con el corazón» la belleza,
«ni aunque la tengan enfrente»;
porque de otra forma,
no la hubieran matado "impunemente"
le hubieran tenido «algo de respeto»,
alguien hubiera protestado, por lo menos.
Pero no oí a nadie, decir nada...
y nadie se indignó de lo cometido.
Mas bien creería, que los hombres
se encuentran más a gusto
cuando estropean lo que es bello...
«Es fácil destruir en un minuto
lo que tomó varios siglos, crecer...
y qué difícil esperar a que haya milagros
y se pueda crear algo bueno y bello»
sí, así nomás ¡la habían cortado!
Así de pronto, tuvieron que volar los siglos
y todos los pájaros y las mariposas, se vieron obligadas
a buscar otro hogar.
Porque todos ellos, no podían defenderse,
o gritarles a los hombres
y demostrarles su inmenso dolor...
porque si los hubieran oído,
a todos ellos protestar y decir:
-me duele, me dejas sin hogar, me están matando-
se les hubiera helado el corazón,
o es que de verdad que:
el hombre ya ni siquiera, eso tiene.

¡Qué dolor más grande!
Yo encontré tus ramas, ahí tiradas en el suelo,
sentí de pronto, todo el peso de los siglos, en mi pecho...
los cuentos, las canciones,
los besos y los abrazos
estaban allí, esparcidos en el tiempo...
Ya no habrá brisas que traigan aquellos recuerdos,
ni siquiera los fuertes vientos de octubre, podrá traerlos,
tampoco habrán luceros, en diciembre.
¡Qué crimen tan grande!
¿Cómo pudieron matar los hombres
una ceiba centenaria?
¿Adonde se elevan ahora los sueños
y las canciones?
¿Donde se encuentran
los besos con los abrazos,
adonde se elevan todas las ilusiones?
¿Quién transforma en luceros,
todas las esperanzas?