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Dos almas viven en Chile. O tres. O cuatro. Y chocan y se enfrentan como placas tectónicas. Fisuras del alma, de las almas chilenas. Grietas que muestran los daños estructurales. La pregunta quema levemente el corazón de los buenos que no son tan buenos, que no son tan malos. Se estruja un poco el
corazón de los que no saquean y tibiamente se sienten llamados a ayudar a los menos afortunados. Un sismo impacta las conciencias de un pueblo telúrico. Un poco. Levemente. Por unos instantes. Dos Chiles reciben las ondas que devastan sólo a algunos, a los más pobres y a los que viven en edificios de utilería. En la madrugada del 27 de febrero temblaron la tierra y nuestras certezas. La luz del sol alumbró a la
patria dividida. Vimos que nada ocurrió en el Chile que desayuna y se ducha como en un día cualquiera. Mientras, en el otro Chile, El de las aguas barrosas y pan de
dolor, el chile del silencio de los muertos y los hogares y proyectos desgajados, las preguntas queman de verdad. Es la hora de los grandes gestos.
Sí. También. Es la hora de vernos por fin. Es la hora de pensarnos Chile. |
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