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Vigilas o esperas desde lo alto y yo mientras, me alimento del vértigo que exhalas. Pues el día en que las torres de marfil caigan como castillos de naipes y la Rapunzel que ocultan tus
almenas se canse de colgar amantes por el pescuezo en las cornisas, será domingo por la tarde y habrá lluvia golpeando en las ventanas y habrá vaho sin corazones dibujados y se habrá cansado el mundo de princesas que desconocen lo que escuece la resaca embadurnada de nostalgias. Cuando caigan las torres y el otoño se apodere de la plaza y el vértigo se borre de tus ojos y el horizonte sea el muro del mercado, no me llames entonces, no me llames. No quiero buscar entre escombros restos de vida propia cubiertos del polvo ajeno de esos sueños en harapos que una vez fueron míos. No abras las puertas, no cubras los fosos, no lances tus trenzas al vacío del aire. Muéstrate a lo lejos, indiferente, inalcanzable. Lánzame un guiño atado a dos piedras, acribíllame a flechazos de los que matan, y hasta que no aprenda a masticar espinas no me dejes trepar con una rosa en la boca. Que me he enfrenado a molinos de seis aspas y he colgado a Sancho del mástil más alto para que nadie me hablase de cordura a los pies de tu inaccesible torre. Ya lo sabes. Fue para subir hasta ti la única razón por la que me crecieron alas. |
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