Cuando las torres caigan
Pablo García-Inés



Vigilas o esperas

desde lo alto

y yo mientras, me alimento

del vértigo que exhalas.

 

Pues el día en que las torres de marfil

caigan como castillos de naipes

y la Rapunzel que ocultan tus almenas

se canse de colgar amantes

por el pescuezo en las cornisas,

será domingo por la tarde

y habrá lluvia golpeando en las ventanas

y habrá vaho sin corazones dibujados

y se habrá cansado el mundo de princesas

que desconocen lo que escuece

la resaca embadurnada de nostalgias.

 

Cuando caigan las torres

y el otoño se apodere de la plaza

y el vértigo se borre de tus ojos

y el horizonte sea el muro del mercado,

no me llames entonces,

no me llames.

 

No quiero buscar entre escombros

restos de vida propia

cubiertos del polvo ajeno

de esos sueños en harapos

que una vez fueron míos.

 

No abras las puertas, no cubras los fosos,

no lances tus trenzas al vacío del aire.

Muéstrate a lo lejos,

indiferente,

inalcanzable.

 

Lánzame un guiño atado a dos piedras,

acribíllame a flechazos de los que matan,

y hasta que no aprenda a masticar espinas

no me dejes trepar con una rosa en la boca.

 

Que me he enfrenado a molinos de seis aspas

y he colgado a Sancho del mástil más alto

para que nadie me hablase de cordura

a los pies de tu inaccesible torre.

 Ya lo sabes.

Fue para subir hasta ti

la única razón

por la que me crecieron alas.