Esos caballos...
César Molina Consuegra


De repente estamos de regreso,

Es el mismo lugar inconfundible…apenas destruido.

Esas puertas que tragan como monstruos las luces,

el amplio balcón, ahora sombrío, girones de sombras,

huérfano de arreboles

vacante de luces, esqueleto yaciente

entre las impolutas murallas,

Una orgia de gritos, girando en el abismo inerte.

 

Hay monedas del traidor, en la cuneta..

el polvo pálido que trepa la escalera...

las llamas que ardieron sin tregua..

La tierra calcinada y cuarteada,

Abierta como el costillar de un monstruo prehistórico…

Los techos  perforados y en  cenizas,

Un laberinto de guijarros y piedras.

Hay gigantes jeroglíficos,

Sobre las altas piedras abandonadas…

 

y esos caballos marchando de alcoba a alcoba,

los arcos colgantes, la chimenea, hundida en la herrumbre,

los metales calcinados,

los espejos rotos, las vigas torcidas.

lo recuerdas? allí bajo la densa ceiba

platicamos , voz de susurros y de sueños,

a lo lejos el rumor del agua cayendo al vacío,

el canto inconfundible de los pájaros,

de pronto se tronchaba un ala,

Y el horizonte se oscurecía,

y de nuevo subimos a la majestad de un sereno cielo,

tejemos como ávidas manos el complejo telar de nuestras vidas.

Mientras el cielo se poblaba de golondrinas.

 

Mas … a veces el agua se fugaba de la orilla,

irremediable surgía el desnudo abismo,

que nos separaba,

Solo escuchábamos la voz del trueno

Que rebotaba en el fondo del abismo,

y la sal caía a saco petrificado,

y mórbida piedra formaba, como calcárea roca

el vuelo de Ícaro de nuestra utopía,

y de nuevo como Sísifo, remontamos la agreste roca,

con la antorcha temeraria entre las manos,

esa luz incendió los cielos

desde el primer día.

Los mercaderes del templo,

Fueron expulsados,

El rito sin espíritu, es muerte…

 

No es momento de Apostasías,

no pueden las palabras, callar el mundo que creamos

los girasoles de nuestras cándidas y torrenciales primaveras,

Allá están las estrellas parpadeando…

con ellas la larga noche se hace un miraje apenas

que nos toca, el justo y preciso punto

en que te nombro y te creo por la mágica palabra,

a veces eras sol restallando en la pupila de mis sueños,

un hondo grito ahogado en el recuerdo,

un temblor de miedos milenarios,

una esperanza rota, como una vasija prehispánica

pisada en la búsqueda, en la vigilia infinita,

De frente a los espejos circulares,

un desierto de arenas cambiantes y salobres…

el agreste cansancio de los hombros,

El  peso de la vida, que cae como plomada

Al fondo de los huesos,

las llagas en las manos, el titánico trabajo,

una manta rodante, que detuviera el frio,

una nueva cuna de angustias y esperanzas,

un amanecer radiante de sueños

cayendo como un nuevo diluvio

que bañaba mi alma y mis huesos… renaciendo a la hora del véspero,

 

Allá el pasto creciendo, inexorable

irrevocable abarcando el confín innombrable

el tiempo que perezoso avanza

como si esperara algo inaudito

el martillar acompasado de los frágiles segundos,

el canto gregoriano de los monjes, los pies que se arrastran,

un paraíso escondido que atisba

desde el fondo del mundo, nuestras manos que tocan,

el ojo vaga impreciso entre las rosas, coronadas de espinas,

las flores mutiladas, primaveras segadas,

junto a las botas militares abandonadas,

un ángel que cruza pensativo,

con la luz apagada de sus ojos

una luz que vino del principio

del ignoto y remoto ayer

antes del café de la mañana

y de pronto otra vez el campo se oscurece,

de nuevo la lluvia pertinaz y el fogonazo del relámpago. Ángeles traidores levantan su propio huerto,

Nadie nos habla en esta soledad eterna, ahí están los muros y las estatuas,

La arena calcinada refulge sobre ellos

En el cenit ardiente,

En los mástiles del puerto,

Banderas mutiladas, se mecen con el viento,

Que arremolina penas,

En lúgubres callejones,

Por donde caminamos…

Solo las sombras del silencio fluyen

En el vórtice de este  incendio

Que nos niega…

Una estatua ha hablado,

Y el precio es la orfandad

La nada elemental, el vacío interior,

La deshumanización total.

 

Como saber si somos los mismos de ayer?

si el jardín está sin flores,

despojos de caravanas, diseminados en kilómetros,

si fuimos los primeros jamás lo sabremos,

hay huellas de otros pasos en el sendero,

el universo nos trae voces envueltas

en el sacro misterio del comienzo del tiempo,

hay una puerta inmensa que se abre

allá en la esquina, la puerta angosta,

una corriente fría, cala los huesos,

y regresa como reconociendo apenas el paisaje,

los goznes se quejan, cuando el viento sopla,

se oyen pasos que se alejan, la estrecha puerta vibra… y nadie llega…los pasos se acercan

Infinitos, a un punto impreciso…

 

cómo saber en cuál de las puertas

el ávido porvenir camina,

y no la regresión remota?

 

Ahora el ancho cielo iluminado, cabe en las cuencas de mi mano,

de los árboles, las rojas frutas se ofrecen,

y en el infinito mar, los peces también esperan.