|
|
Cada
vez que regañaban a mi hermano menor con un castigo, por dejar de hacer un
deber u omitir una tarea, su respuesta no variaba: si me van a castigar mi
abuelita me defiende, pasó el tiempo y el niño dejaba de hacer deberes y tareas
porque nuestra abuelita lo protegía. Ya
adolescente se fue de la casa sin avisar; la abuela entró en un estado
depresivo agudo que se la llevó de este mundo, pensando hasta sus últimas
respiraciones en su amado nieto ausente; este nunca se enteró y a su regreso,
veinte años después, llegó como si el tiempo no hubiera pasado y con adicciones
que nos molestaban a todos. Su
aspecto nos inspiraba miedo y su vocabulario soez hacía que evitáramos todo
contacto con él mientras permanecía en la casa. Se levantaba a las once o doce
de la mañana, rebuscaba en el horno o en la nevera algo de comer y devoraba sin
usar cubiertos, y dejaba las sobras sobre la mesa o en el lavaplatos, después
salía sin decir ni pio y no sabíamos la hora de su regreso. Los
problemas con él empezaron cuando los objetos de valor comenzaron a
desaparecer, al preguntarle, llenos de miedo, si sabía que pasaba con las
cosas, nos respondía a gritos e insultos; después supimos que los vendía o
empeñaba para comprar alcohol, marihuana y otras sustancias con las que se
deterioraba el cuerpo y la mente. Entonces nos dimos cuenta que nunca preguntó
por si querida nana y sólo vino a recordarla cuando resultó preso por un robo
con homicidio. Lo
tuvieron preso incomunicado varias semanas mientras se adelantaba la
investigación, sólo nos enteramos de su situación cuando le concedieron el
derecho a una llamada y nos enteramos del juicio. Frente al juez, los testigos,
los jurados y el público escogido después de jurar decir la verdad y nada más
que la verdad cuando le preguntaron si tenía abogado o le nombraban uno de
oficio, respondió: MI ABUELITA ME DEFIENDE. |
|
|