|
|
David recordaba siempre
su infancia, pues había sido
feliz. Carente de muchas cosas materiales
pero amado y protegido por su padre. Había nacido en
una familia numerosa, de
padres católicos. En su edad madura,
cuando había silencio en su
casa, pensaba en los días Domingos, cuando él y su hermano
mayor acompañaban a su papá a la misa dominical y aunque se dormía siempre en el
hombro de su padre, lo único que podia recordar era verle las espaldas al sacerdote cuando oficiaba la santa misa y escuchar algo asi como un “Saeculá
Saeculorum”. Lo que más
le gustaba era que después
de la misa, en el atrio de la Iglesia su papá le daba a él y a su hermano
una moneda de plata de veinticinco centavos.
Con ella podían pagar la entrada al matinée y comprar
golosinas. Ese era su mundo, un mundo pequeño pero grande
en sueños, ilusiones y demás. David era muy aficionado al fútbol. Lo había heredado de su padre, a quien acompañaba cada Domingo, pues su papá era miembro
del Club que patrocinaba el
equipo de su pequeña ciudad. Cuando David llegó a ser un hombre maduro con un poco de canas, su escuadra preferida era El Barcelona, aunque
casi todas las veces decidía por no ver a su grupo
jugar en vivo, pues se sentía muy nervioso, especialmente
cuando el oponente
era tan bueno como el suyo. Prefería ver la repetición de las mejores jugadas una y otra vez, especialmente
cuando su preferido El Barcelona era el ganador. Cuando su club favorito perdía, ni tan siquiera se molestaba por ver la grabación de las mejores jugadas. Esa tarde su equipo
había ganado nuevamente y muy contento después de ver dichas repeticiones
de las mejores jugadas por más de 5 veces, se fue a la cama tranquilo
y muy contento. Cansado, feliz y respirando profundo, se quedó profundamente dormido. Se vio que estaba caminando con su papá, en
Tegucigalpa, en la carretera
que conducía a Valle de Angeles. Generalmente
en sus sueños nunca distinguía si una persona había fallecido o no. Esta vez era diferente.
Se daba cuenta que su papá yá
había fallecido, pero le daba pena
preguntarle algo al respecto. Sin embargo le llamaba
la atención que su padre lloró al principio. La influencia del llanto le contagió y le motivó a pensar que algo anormal estaba pasando. En segundos comprendió que no estaba vivo, sin embargo ese día estaba
feliz, ni tan siquiera pensaba en la muerte, pues
su padre estaba junto a él. Parqueando su vehículo
en la cuesta mayor cercana
a Santa Lucía se salió de la carretera
y se orilló para ver de cerca lo que sus ojos veían. Su padre de sombrero, camisa cakis
manga larga arrollada, también se bajó del vehículo después de él y continuaba observándolo cuando él caminaba entre los arbustos de café, pues un enjambre de estrellas bailaba enmedio de dichas plantas y se movían como luciérnagas. El espectáculo era majestuoso, no podía creer lo que sus manos tocaban. David
corría como un loco enmedio de dichas estrellas. Su papá
lo observaba de lejos y sin
decirle palabra alguna, simplemente sonreía y sonreía de ver que su hijo era muy
feliz, corriendo enmedio de las estrellas, tocándolas y lanzándolas hacia arriba, para que le cayeran en la cabeza, qué inmensa alegría,
gozo y paz especial la que había en ese lugar,
mientras exclamaba … “Mire Papá…… Qué bonito”… De repente su
padre le dice, hijo, mira hacia el cielo.
El cielo lucía diferente. Las estrellas, luceros y planetas estaban temblando. Habían muchos rayos,
relámpagos y truenos, y
luces de todos los colores nunca vistos. El espectáculo era hermoso, pero aterrador,
pués veía pedazos de estrellas, luceros y planetas desplomarse al vacío. Por el estruendo y sonidos que no puedo explicarlo debidamente con mis palabras, pude
fácilmente entender que había una pelea en el cielo.
Sentí un miedo aterrador de ver lo que veía. Y no estaba seguro de que si estaba vivo o no, y pensé rápidamente, si no estoy vivo mejor, pues lo que mis ojos veían y mis oidos escuchaban era espeluznante. En caso de que éste sea otro de mis sueños se preguntaba ¿cuándo iré a despertar? Sin embargo la presencia
de su papá le hacía sentir seguro
y así disipaba el miedo. Su papá le dijo que tomara una sartén y que le echara agua y un puño de sal y arroz. Le dijo que la lanzara hacia el
cielo y que pronunciara el nombre de cada
uno de mis hermanos o hermanas.
Como éramos nueve, lo hice nueve veces
y el último nombre que pronunciaría era el mío. Al preguntarle
porqué mi nombre iba a ser el último
si yo era el hermano menor,
su padre le dijo con una sonrisa…… “ahí después te explico”……. Cuando había terminado,
David le preguntó nuevamente
la razón por la cual hacía eso. Su padre le respondió que esa era la única forma para proteger a sus demás hermanos y hermanas que aún estaban vivos………... |
|
|