Buscando hospedaje, ¡encontré un hogar!
The Fernet-Branca man


La Escuela de Psicología Industrial en la especialidad de conferencistas motivacionales, era muy famosa. Se encontraba localizada en la pequeña población de El Divisadero, departamento de Morazán. Fue creada cuando el presidente de la república era el Coronel Fidel Sánchez Hernández, a raíz de que su esposa doña Pilar del Bosque y Villarreal, era psicóloga. Ellos habían donado todos los terrenos y habían utilizado el soporte económico del gobierno para su creación y funcionamiento. El cupo por año era limitado. Sus aposentos lo decían. La primera generación de graduados fue de un total de treinta. Su lema era "Qualitas studii perpetua".

Mi hijo menor Enrique había sido afortunadamente aceptado. Era el número treinta y nueve de los cuarenta admitidos. El inicio de las clases estaba por encima y debía de buscar un pupilaje adecuado para que él pudiera dedicarse con ahinco a sus estudios. Los aposentos del campus estaban todos llenos y no había más remedio que buscar en los alrededores de la escuela.

A través de un viejo ex-compañero de clases, ahora sacerdote de la parroquia el padre José Cesareo Flores, pude conectarme con una familia que vivía no muy lejos del centro de estudios.

Me presenté a dicha casa guiado por el sacerdote a quien de cariño le llamaban Padre Checha. Me presentó a la dueña de la casa Doña Genoveva. Después de explicarle el motivo de la visita accedió a nuestra petición de albergar a mi hijo menor en su recinto. La señora era de voz suave, de hablar pausado, amable y denotaba buena educación y modales. Observé que en dicha casa habían dos empleadas, un jardinero y un chofer ocasional. El Padre Checha le dijo abruptamente a doña Genoveva que era ingeniero, y además viudo. Ella me pidió reparar varias cosas, de modo que tuve que quedarme ese día y varios días por los trabajos a realizar. Noté que la señora estaba mal de salud, no podía valerse por sola, pues se movía en una andadera con frenos y se cansaba con facilidad al estar de pie y hablando. Una tarde de todas, impactado observé que su mamá doña Gertrudis le daba de comer en la boca. Pude sentir inmediatamente el amor y conexión entre madre e hija. Allí comprendí el porqué llevaba más de dos días sin verla. Buscaba a la señora de la casa pues necesitaba hacerle unas preguntas de algunas instalaciones eléctricas que estaba haciendo. Doña Gertrudis, sin decir palabras, cuando me vio, me hizo un ademán con sus ojos, para que yo tomara la cuchara y continuara dándole su cena. Con mucho gusto y ternura seguí dándole la cena, mientras le comentaba que su jardín era hermoso, especialmente por las flores blancas de las plantas llamadas gemelas que estaban a la entrada de la sala, pues su fragancia exquisita podia olfatearse por toda la casa, pero principalmnete desde el comedor, era un repetido buenos días recitado cotidianamente por las muchas abejas, abejorros y la variedad de colibríes que perennemente estaban volando alrededor de dichas plantas y en las muchas flores rojo naranjas de las plantas llamadas flor de avispa. Ella le llamaba Ibiscus.

Así me en los desayunos, almuerzos, meriendas y nuevamente las cenas. Con los días comencé a notar que su salud mejoraba notablemente, pude intuir el beneficio que recibía de mi energía y la forma fácil con la cual ella la absorbía. Comenzaba a sonreir y a hablar más sin cansarse. Dejó la andadera por su delicado bastón y sobretodo por mi brazo, especialmente en las tardes después de la merienda cuando caminábamos enmedio de sus demás flores y arbustos. Los empleados estaban sorprendidos pero no decían palabra alguna.

Una tarde como todas me dijo que su ex-esposo la maltrataba a diario y la humillaba enfrente de todos sus empleados y de todo el pueblo, por eso dejó de salir, incluso a la misa de los Domingos.

Sus desprecios le hicieron un daño severo y su salud mental y física empezó a decaer a pasos agigantados, hasta caer en cama. Su descaro fue grande que hasta trajo a la misma casa a su nueva mujerzuela que era por lo menos veinte años más joven que él. Mi madre intervino en esa ocasión agilizándose el divorcio, que él aplaudía a manos llenas. Desde entonces ella vive conmigo pues también es viuda. La muerte repentina de mi padre y mi fracaso matrimonial incrementaron mi mala salud, pues no podia expresar mis tristezas con nadie. El Padre Checha ha sido apoyo sobre todo para mi madre, pues por mis problemas me había alejado de Dios, amistades y de la Iglesia. Me daba pena que la gente del pueblo se riera de mi vida y de mis nuevas condiciones.

Pude ver de cerca su rostro, oler el suave y refinado perfume de su piel. Su cabello era rubio, trenzado como diadema o corona sobre su delicada cabeza. Sus ojos negros, ahora no tan tristes como antes. El color preferido de sus ropas era pantalones cakis, blusas color blanco, mangas 3/4. Los paseos después de la merienda eran una terapia que ella esperaba con ansias cada tarde, en caso de que no hubiera lluvia. No usaba maquillaje y la tersura de su piel día a día irradiaba alegría y deseos de vivir. Pude fácilmente sentir su alma ávida de cariño y ternura. Ella deseando recibir ternura y cuidados y yo anhelando poder cuidar y proteger a alguien. De alguna forma estaba seguro que mi energía y cariño eran su medicina. Y su persona y su alma eran la mía. Yo estaba contento de poder servirle, darle de lo que tenía y recibir recíprocamente algo que mi alma buscaba y necesitaba. Cada tarde nuestros paseos fueron cada vez más largos, y nuestras conversaciones profundas haciendo que lentamente nuestros sentimientos afloraran y se concatenaran. Ella y yo sin decir palabra alguna, simplemente demostrar con gestos la pureza recíproca de un amor inesperado. Con su sencillez, hizo nacer en mi alma arrollos repentinos de amor que estaban dormidos y pude sentir que mi energía le brindaba lo que ella necesitaba. Era claro: la ayuda era mutua. Una tarde como todas, sentados en la banca de madera bajo el árbol de carao que estaba en flor, sin decir palabra reclinó su cabeza en mi hombro. Mi corazón palpitó agitadamente y sin mediar palabra alguna, nos dimos sin premeditarse aquel primer beso que quedó estampado por siempre en nuestras almas y en nuestra futura vida. No cabía duda ella era para y yo para ella.

Ese beso fue la mejor medicina que su cuerpo recibiera y pude notar su mejoría, al punto que el bastón desde entonces yace en un rincón, recuerdo de un pasado miserable.

Una tarde, hablé con su madre, teniendo de testigo al padre Checha y a mi hijo menor. Le pedí la mano de su hija Genoveva pues había decidido hacerla mi esposa. Fué así como buscando hospedaje, ¡encontré un hogar!!!