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Todos
en el pueblo corrieron a la iglesia para presenciar la boda de don Alejandro
Bernal, uno de los patriarcas de la población, con Yesika Contreras, una
aparecida hacía medio año. ¿qué hacía tan especial la boda para atraer a toda
la gente?, pues las diferencias tan notables entre los dos contrayentes: él, un
anciano de 85 años con algunas dolencias propias de la edad y ella, joven de
veintitantos años plena de juventud, belleza y artimañas. Un
miércoles, día de mercado, se bajó del bus, que iba para los Llanos Orientales,
con una maleta inmensa y una vestimenta que jamás veían los pobladores en sus
mujeres, todas recatadas y respetuosas de las buenas costumbres. Esta chica
traía una minifalda que cautivó a los hombres y despertó rabia en las mujeres,
una blusa descotada que, dijo alguno, si estornuda se le salen las tetas, y
unos tacones impresionantes que hacían pensar que si se cayera sería un
accidente de película. Pues
con una sonrisa coqueta preguntó al hombre más joven que la miraba donde
quedaba la casa de don Alejandro Bernal y ayudada por el muchacho, que se echó
al hombro la maleta, llegó a la casa buscada donde se presentó como nieta de
una hermana del señor que se había fugado con un músico hacia tres décadas y de
la cual no se volvió a saber nada, hasta ahora. La chica contó con todos los
pormenores las andanzas de su madre y el abandono de su padre hasta cuando la
dama murió y ella quedó sola en el mundo. El anciano lloró por su hermana y
abrazó a su sobrina nieta ante la mirada incrédula de Gregoria, la mujer que lo
cuidaba y era parte de la familia de toda la vida y había sido testigo del
fallecimiento de todos los miembros de la familia Bernal, hasta que solo quedó
Alejandro. Muy
pronto la recién llegada se ganó el afecto del anciano y logró la antipatía de
la vieja Gregoria por sus excesivas muestras de cariño y arrumacos permanentes,
era un fastidio verla por todas partes de la mano con el caballero a quien le
gustaba salir a caminar por su pueblo. Siempre con la compañía de Yesica que
había desplazado a la anciana como acompañante y ahora estaba relegada a los
oficios de la casa. A nadie extrañó que, de pronto, la joven empezara a besar
al hombre en público y se atreviera a sacarle la cartera para pagar cuentas en
cafeterías y restaurantes. Para
la población ya no era raro ver esta disímil pareja actuando como novios y, por
eso mismo, nadie se extrañó del anuncio de la boda desde el púlpito en la misa
principal. Alejandro Bernal contrajo matrimonio con Yesika Contreras en una
ceremonia espectacular con la presencia del señor Obispo. Esa noche una
orquesta que trajo de la capital amenizó el baile del matrimonio hasta el
amanecer. La sonrisa triunfal de la mujer era una prueba de haber conseguido lo
que la había traído a este lugar remoto y provinciano. Misteriosamente
Gregoria empezó a enfermarse hasta no poder más con la vida y los dejó con una
nueva empleada que resultó ser gran amiga de la esposa. Las dos permanecían al
lado de Alejandro sirviéndole en todo lo necesario, haciendo cuentas de cuánto
tiempo seguiría vivo (le administraban unas gotas naturistas recomendadas por
un brujo para minar la vida poco a poco) y disfrutando de las riquezas del
señor que pronto disfrutarían. Dicen
por aquí en un refrán que “una cosa piensa el burro y otra el que lo enjalma” y
pasó lo que nadie esperaba. La salud del anciano disminuía poco a poco y el
médico no encontraba la causa por lo cual le comentó a Yesika que esperara el
fatal desenlace en cuestión de semanas. Esta lloró sintiendo una enorme pena y
en privado festejó con su compinche e hicieron planes con las riquezas que iban
a heredar. Un
sábado ella muy amorosa le pidió consentimiento a su marido para ir a la ciudad
a realizar unas compras y lo besó con ternura como si de verdad estuviera
enamorada. Arrancaron en la camioneta alegres y cantando y subiendo la montaña,
en una angosta curva, apareció en contravía un enorme camión que las arrolló y
terminó con sus sueños. Alejandro vivió cuatro años más al suspender el
brebaje. |
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