Desvelos
Carmen Dora Espinosa Correa


SI EL HABITO NO HACE AL MONJE,

LA SOTANA NO LE QUITA

LO HUMANO AL CURA.

 

Desde el altar tenía visibilidad a casi todos los feligreses que asistían diariamente a misa, pues la capilla era muy pequeña y los conocía casi a todos. Cuidaba mucho su homilía para que fuera fuerte, clara y concisa y que llegara al corazón de todos aquellos seres humanos que se reunían a escuchar la palabra de Dios y así encontrar consuelo para sus vidas.

Llevaba treinta y un años de sacerdocio y desde que se había ordenado solo se permitía pensamientos para Dios y la Virgen y toda la corte celestial. Diariamente recibía visitas de personas de toda índole incluía familias pobres con varios hijos que no habían probado alimento en el día, buscaban que el buen Padre les consolara su alma y estómago con un pan y una aguadepanela, lo que hacía con todo el amor y entrega para que tuvieran algo de paz.

Hasta personajes con mucho dinero, pero infelices por los usos y abusos de las libertades que permiten el hecho de tener mucha plata; el señor cura de manera muy inteligente iba llevando a los que tenían un gran remordimiento a la confesión y luego como penitencia les ponía a rezar avemarías y padrenuestros.

—Padre será que si doy diez millones de pesos usted le pide a Dios que me perdone?

—No lo dude ni por un momento, no hay necesidad que yo se lo pida, el ya ve que en su corazón hay deseo de cambio. Le decía el cura al hombre que estaba arrepentido de haberle robado la alcaldía a su contrincante mediante marrulladas y miles de trampas.

El sacerdote aprovechaba esos fogonazos de arrepentimientos de los ricos para organizar mercados, entregar medicamentos y algunas prendas de vestir a los más necesitados.

Los días no le alcanzaban para cumplir con todas sus obligaciones, trataba de mantenerse lo más ocupado posible y así acostarse muy cansado para conciliar el sueño pronto y no permitirse pensamientos ´poco concebibles para un servidor de Dios. Amaba su vocación y su entrega a los demás era total.

Pero todo estaba cambiando, o tal vez ya había cambiado hacía tiempo solo que nunca lo había aceptado. El insomnio se hacía cada vez más insostenible a tal punto de pasar la noche totalmente en vela y no le valía ni rezar rosarios ni contar ovejas ni mucho menos levantarse a la cocina a tomar leche caliente.

—Dios mío, otra vez no puede ser.

Era una frase suplicante que hacía el sacerdote al altísimo luego de buscar refugio en su cama blanda con sábanas sedosas y limpias y de cobijas calienticas, este era el único placer mundano que se permitía, dormir en una cama que en las noches atrapara su alma y su cuerpo. Daba botes de lado a lado, sudaba a chorros desde la coronilla hasta el dedo gordo del pie derecho.

Todo empezó la tarde en que su mejor amiga y confidente a quien conocía y por quien el creía sentir un simple cariño muy especial desde sus días de seminarista y a quien también le entregaba su confianza por la gran ayuda que le prestaba en la labor social de su capilla.

Acudía a ella cuando tenía algo grave rondando en su cabeza, lo conocía muy bien, esta complicidad se había afianzado desde que su esposo la abandonó quedando con tres hijos y llena de deudas, él también fue el paño de lágrimas que volvió a la vida a aquella mujer.

Aunque madura, aún conservaba parte de su belleza de juventud y lo mejor de todo, aprendió a ser feliz y a reír y a sonreír aunque la vida la hiciera flaquear de vez en cuando.

Acababa de despertar de su siesta vespertina cuando sonó su teléfono. era ella.

—Hola mi querido Padre buenas tardes

—Buenas tardes y eso a que debo tu llamada?, ¿caramba se me olvidó la reunión? ¿Si era hoy?

—No. No señor es el sábado, pero tengo una gran urgencia de hablar con Usted.

—Uy, me preocupas, dame un momento ya salgo.

—Si señor, muchas gracias.

Luego del consabido saludo con abrazo y bendición, se sentaron, ella respiró profundo como queriendo tomar aliento para poder decir algo

—Qué te pasó?

—Padre me voy a España

—Por qué? No me habías dicho nada.

—No quise decir nada hasta no estar segura. Para mí fue muy difícil, pero ya no puedo mas

—No puedes más con qué

—Ha pasado mucho tiempo desde que mi esposo me abandonó y aún no puedo superarlo, me duele verlo con ella. Es feliz. Conmigo nunca lo fue. He encontrado un amor por una red social y me voy a dar una oportunidad. El vive en Barcelona y aunque todo va muy rápido voy a tomar el riesgo. Quiero que me confiese antes de viajar.

—Cuando sales?

—Mañana. Confiéseme ya porque salgo muy temprano, en la madrugada.

Tendido en su cama tratando en vano de conciliar el sueño, la recordaba, la añoraba, la necesitaba. Y lo poco que dormía la soñaba.