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“...Entró
en aquella casa. La casa que le había dado más felicidad y
más sufrimiento. Seguía oliendo
a té, a galletas de vainilla recién hechas y a tradición
inquebrantable. El sol entraba por
las rendijas del bambú y el incienso que ella ponía estaba presente
en cada rincón, en cada minuto, en cada uno de sus pensamientos...
porque no podía olvidarla. Había vuelto a
perdirle que le acompañara.. una
vez más. Aunque esta vez
sería la última. Sherezade era libre,
tan libre que dolía. Pero su pelo y su dulzura le llevaban de la mano
desde que le conoció...Tanto tiempo queriendo estar solo y las tardes de
Granada con sus
teterías...le habían conquistado para siempre....” |
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