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“...Y el hombre moreno que le hizo soñar por
unos instantes inolvidables volvió a su tierra... Regresó con un adios
agridulce y agradecido de haber conocido a Sherezade,
un alma pura entre tanta maleza. Sherezade siempre supo que su historia sería verdadera
pero frugal, como la fruta exquisita de temporada, como las tormentas de verano
que inundan los campos.. El pertenecía a una tierra y la echaba
continuamente de menos, más que a cualquier mujer. Con este encuentro Sherezade
aprendió a amar sin apego. A querer a entregar y a recibir de forma
desinteresada. Porque hay encuentros que son como los sorbos
de buen vino. Hay que disfrutarlos mientras están en nuestro paladar
y archivar ese placer eterno en nuestros recuerdos...” |
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