El árabe




“Entró de puntillas y le acarició el pelo... mirando fijamente sus ojos y las pestañas  largas y espesas que había heredado de un padre Tuareg.

En silencio  y procurando no despertarle dibujó con sus dedos su boca, en una atmósfera de olor a pasión y noches compartidas.

Sherezade bailó esa noche a solas bajo una luna llena radiante, recordando notas, acordes y perfumes.

Y volvió dentro a mirarle desde la puerta, apoyada, como hacen los niños  expectantes.

Porque el amor que había encontrado con el “Árabe” no tenía nada que ver con su pasado... era presente, diferente, fresco... y le tenía sorprendida”