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Y ya no volvería más. Ni al poblado ni a su Jaima llena de vida
y recuerdos. Sherezade dejó de danzar y su alma
también. Su duna había perdido el poder catártico,
de liberación. Y ese cielo color púrpura ya no le
sumergía en melancolía ni le
transportaba en la alfombra voladora que sorteaba las dunas del desierto de
Sahara a merced de la dependencia, del amor insatisfecho. Ya no echaba de menos a Sahariar porque
le llevaba en el corazón. Su historia con Ashmal le había hecho
fuerte y había subido el peldaño del amor a uno mismo, del amor puro. Había hablado con Sahariar y se habían
reconocido amor eterno. Eso no impediría que ella quisiera, amara
y se entregara. En lo que estaban de acuerdo es en que su
amor sería eterno pero imposible porque eran dos volcanes. Y dos volcanes no
pueden residir en la misma isla. |