El faro




Leyla y Sherezade despertaron en la playa, tumbadas, con los brazos extendidos y con un cruce de miradas ambas supieron cuál iba a ser su próxima etapa.

Llevaban unos días en el paraíso, entre sol, arena, ron cubano y propósitos que ya tenían ubicación en el mapa del mundo.

Eran libres y construían REALIDAD a su antojo.

Sus anhelos sabían a bebida dulce con mucho hielo y sus planes eran notas que bailaban en el mismo pentagrama...

Leyla era suave, sutil y dejaba entreveer una pasión que escondía en silencios.

Sherezade era fuerte, directa y escondía silencios mostrando pasión.

Eran como la luna y el mar y eso buscaban desde, probablemente, todas sus vidas...una vida en la que la marea bailara con las fases de la luna...

Mirando hacia el mar, sentada y con una sonrisa sincera, Leyla miró a Sherezade y más convencida que nunca le dijo:

“Amiga, nuestro proyecto está en una ciudad con mar, lo he soñado...

Y tu centro de ayuda a los demás está al lado de un precioso Faro. Allí estaremos los cuatro. Lo veo, Sherezade... nuestros dos compañeros, tú y yo. Y la felicidad caminando de nuestra mano...”

En ese momento Sherezade conoció el verdadero significado de la causalidad.

Sin decir palabra anotó esa sentencia en su diario y adjuntó un dibujo que había hecho un tiempo atrás, antes de conocer a Leyla.

Había dos hombres, una mujer que todavía no conocía, una hermosa casa y un Faro.

Obviamente el destino no podría ser más claro con ella.

Las señales ya formaban parte y estructura de Annanda.

Dio un beso en la frente a Leyla y le susurró al oido:

 

“Eternamente… Gracias”