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“Tras el idilio con el extranjero mayor le quedó como legado una
docena de copas de cristal púrpura ahumado, carísimas, que él importó de
Oriente. Nunca esperó más de él y sin embargo ese hombre canoso
enamorado de Sherezade hasta el túetano
le regaló sin saber o prediciendo el futuro, nunca se sabe… los doce momentos,
los doce receptáculos de sus verdaderas verdades, los doce sentidos que no
cinco, los doce hombres más salvajes, las doce noches más ansiadas por
cualquier mujer, los doce meses de experiencias reservadas para valientes, las
doce palabras más mentira previstas que había susurrado tantas veces… Jamás cambiaría esos momentos de embriaguez, de serenidad y amor a
sí misma. Entonces llegó la pregunta: “¿Me quieres, Sherezade? Y ella, secándose los labios mojados por el vino espumoso le
contestó: “Ahora mismo, sí, mañana no lo sé” y le besó, le besó de forma que él
nunca pudiera olvidarle…al fin y al cabo el gusto de un buen vino
se queda en la memoria para siempre”. |
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