"Sumida en un profundo sueño le despertaron unas manos
calientes que acariciaban su pelo y olían a sándalo.
Él se había dejado barba y el roce de su cara con la suya despertaron
sus instintos dormidos.
Sherezade llevaba tiempo alejada del Mundo,
enfrascada en sus escritos y pinturas aprendiendo a pasear en el Vergel de la
soledad elegida pero sabiendo que esto no era más que un descanso de su
vida apasionada.
Le miró, sonrió y guió la mano del hombre a su nuca mientras le miraba
fijamente con esos ojos color miel de largas pestañas que volvían loco a
cualquiera.
Él le deseaba desde que le conoció, cuando paseaba y hablaba con la gente del
poblado, admiraba su forma sensual de caminar y esa aparente frialdad... Supo
que hasta que no consiguiera poseerla aunque fuera una sola noche no estaría en
paz.
Desde que le vió tenía la cara de Sherezade
grabada como una fotografía.
Ella tenía algo pendiente desde que se conocieron y jamás había desaprovechado
una oportunidad.
Se miraron y en un momento único fundieron sus cuerpos sin prisa, sin medida en
un cocktail de pasión, sudor, velas, reencuentro y
eternidad…”
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