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“Por alguna razón SHEREZADE dejó definitivamente de sentirse
triste. Como si esa sensación sutil que parecía un pañuelo de seda
anudado a su alma hubiera emprendido el vuelo entre las dunas del
desierto y con ese viaje, con esa partida los nudos del corazón de Sherezade se hubieran disuelto. No había resistencias, ni rencores de reproches recónditos en los
que las vivencias continuaban avanzando sin pedir permiso. Al fin había dejado de ser una niña desvalida en la búsqueda del
padre protector, del amante solícito, del AMOR de las Mil y Una noches. Un atardecer, un encuentro y la tranquilidad de ser la única dueña
de su destino habían reescrito su historia kármica. El sol, la Luna, el viento y el vino más dulce que había
probado pusieron el sello a las no promesas... a un momento de precioso
silencio. Y pensó: “No prometeré jamás nada... lo haré y punto”. |
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